A Well written "Thesis on Atahualpa" by Juan Morilla, MA Congratulations!
In Spanish (Una buena Tesis sobre Atahualpa por Juan Morilla. Felicitaciones. En Español. Permiso del autor para publicarla en su sitio en la web)
El Atahualpa ajedrecista: formación y usos de una imagen aparentemente verídica
by
Juan Morilla Romero, B. A.
A Thesis
In
SPANISH
Submitted to the Graduate Faculty
of Texas Tech University in
Partial Fulfillment of
the Requirements for
the Degree of
MASTERS OF ARTS
Approved
Sara Guengerich
Chair of Committee
Connie Scarborough
John Beusterien
Mark Sheridan
Dean of the Graduate School
May 2016
Copyright 2016, Juan Morilla Romero
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AGRADECIMIENTOS
Fue hace unos dos años cuando vi por primera vez las palabras Atahualpa y ajedrez en una misma frase. Rápidamente quedé atrapado por tan llamativa conexión, si bien es cierto que en ese instante inicial no podía imaginar que esa historia iba a terminar convirtiéndose en tan profundo objeto de estudio por mi parte. Aquel día que no sería capaz de fijar en el calendario fue, en cambio, el kilómetro cero de una andadura tremendamente enriquecedora que, ni mucho menos, ha llegado ya a su fin. Todavía queda mucho camino por delante. Sin embargo, ahora que escribo estas líneas y que la tesina está terminada y lista para ser enviada, no es momento de seguir mirando al frente sino de echar la vista atrás y mostrar mi agradecimiento a todas las personas que, de una u otra manera, me han acompañado y ayudado durante este proceso.
En primer lugar, me permito la licencia de escribir y dirigir este GRACIAS en mayúsculas a los integrantes de mi comité, los profesores Sara Guengerich, Connie Scarborough y John Beusterien. Les agradezco de todo corazón la dedicación y el empeño que han puesto durante este tiempo para que, poco a poco, fuera encontrando mi propia ruta hacia el Atahualpa ajedrecista. No puedo evitar tener unas palabras especiales para Sara Guengerich, mi directora de tesina. Mi entusiasmo encontró el complemento perfecto en sus inherentes ganas de ayudar. Jamás olvidaré su incesante apoyo ni la manera en la que me guió y me hizo ver mucho más allá de lo que yo era capaz de divisar. Todo un ejemplo.
También me gustaría recordar a todas las personas con las que contacté para recabar información o hacerles alguna consulta relacionada con mi investigación. No
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puedo más que decir muchas gracias por su tiempo y buena predisposición a Leontxo García, José Antonio Garzón, Jimmy Entraigües, Antonio Gude, Natalia Matta-Jara, Rafael Dumett, Dennis Siluk, Fernando Gómez Redondo, Joaquín Pérez de Arriaga, Antón Busto, Carmen Martín Rubio, Fernando Iwasaki y Rodolfo Pérez Pimentel. Espero no haberme dejado a nadie atrás. Cada detalle que me transmitieron, por pequeño que fuera, se convirtió en una pieza indispensable para este gran puzle.
Cómo no, quisiera tener unas palabras hacia mi familia. A mis padres, Juan y Mariché, y a mis hermanas, Mariché y Marta, les agradezco enormemente el aliento constante que me brindan desde la distancia. No hay aire más puro.
Por último, y de manera simbólica, querría acordarme de todas y cada una de las treinta y dos piezas que se dan cita sobre un tablero de ajedrez. Muchas gracias por los buenos momentos vividos y, sobre todo, por ayudarme a entender un poco mejor esto de la vida.
Dios mueve al jugador y éste, la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza De polvo y tiempo y sueño y agonía? (Jorge Luis Borges)
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ÍNDICE
Agradecimientos ........................................................................................................... ii
Abstract ........................................................................................................................ vi
Lista de imágenes ...................................................................................................... viii
Introducción ..................................................................................................................1
Capítulo 1. La llegada del ajedrez a América y los paradigmas identitarios en la conquista del Nuevo Mundo .......................................................................................15
La democratización del ajedrez en Europa ...............................................................20
La gran eclosión del ajedrez: desde Valencia hasta el resto del mundo ....................27
El conquistador español y su propensión al juego .....................................................38
Los primeros ajedrecistas en las Indias .....................................................................42
La españolización de los incas a través de los juegos: un caso de transculturación 47
Ajedrez y convivencia en Cajamarca ........................................................................57
Conclusión .................................................................................................................61
Capítulo 2. La formación del Atahualpa ajedrecista: desde la euforia de Gaspar de Espinosa hasta el uso nacionalista de Ricardo Palma ........................................64
La negación del Olaf Holm .......................................................................................67
Espinosa, Andagoya y Cieza de León desdicen a Holm ...........................................70
El cronista español y sus circunstancias y motivaciones ...........................................80
De indicios de veracidad a la creación de una leyenda .............................................90
Conclusión ..............................................................................................................108
Capítulo 3. El Atahualpa ajedrecista después de Ricardo Palma: una imagen más viva que nunca ...........................................................................................................113
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El ajedrez en las recientes reconstrucciones históricas del final de Atahualpa .......117
El ajedrez como símbolo del choque frontal entre dos mundos ..............................123
El antes y el después que marcó “Los incas ajedrecistas” de Ricardo Palma .........133
No hay Atahualpa ajedrecista sin Hernando de Soto .............................................141
La versión de Palma conquista la Prensa y la red ...................................................149
Conclusión ...............................................................................................................155
Conclusión ..................................................................................................................159
Obras citadas .............................................................................................................172
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ABSTRACT
Atahualpa, the last Inca emperor, likely learned to play chess during the nine-month imprisonment he experienced before being condemned to death by the Spaniard who conquered Cajamarca, Peru, in 1532. Even though this episode’s veracity maintains unclear, it has spread so widely that it has become an almost indispensable aspect in current characterizations on this indigenous leader of the Spanish conquest of the New World.
Instead of trying to confirm or reject absolutely its authenticity in historical terms, this Master’s thesis prefers to focus on the cultural dimension reached by this topic. Hence, this work firstly draws the itinerary of the formation of what I call the Atahualpa ajedrecista (The Chessman Atahualpa). Basically, this road map chronologically links the testimonies (original manuscripts, historical narrations, novels, poems, websites, and other cultural representations) that, from the colonial period until present day, refer to this image.
Secondly, this research paper analyzes and compares the different and occasionally deliberated uses that have been done of this image throughout the last five centuries. On the one hand, the particular meaning that two well-known Spanish conquerors, Gaspar de Espinosa and Pascual de Andagoya, gave to the Atahualpa ajedrecista is especially significant in order to reinforce their personal and specific interests. On the other hand, this work reflects how, since Ricardo Palma published his short story “Los incas ajedrecistas,” this image has turned into a very powerful symbol
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for the pro indigenous and nationalistic discourses that proliferated in the Andean region, and South America in general, since the beginning of the twentieth century.
The brief but crucial comments made by Espinosa, Andagoya and the reputed chronicler Pedro Cieza de León are the testaments on which I base my objection about the validness of Olaf Holm’s point of view. In the mid-fifties, and in the unique academic work that had been written on this topic so far, he categorically denied that Atahualpa ever played chess. Apart from keeping that door open, I promote a postcolonial view of this subject, as it takes part of the Andean collective thinking that still condemns the Spanish conquest that caused the extinction of the Inca empire and its culture.
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LISTA DE IMÁGENES 1 Prenda de ropa característica de la civilización inca ................................. 47
2 Atahualpa es retratado junto a un tablero de taptana ................................ 49
3 Tablero de taptana ..................................................................................... 51
4 Una mujer muestra uno de los sets de ajedrez inca que vende ............... 126
5 Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (I) ............... 129
6 Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (II) .............. 129
7 Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (III). ............ 129
8 Posición en la apertura del llamado Gambito Atahualpa ........................ 155
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INTRODUCCIÓN
Imagine que el hombre finalmente ha sido capaz de construir una máquina del tiempo que le permita viajar al pasado. Le animaría a que se desplazase hasta la Cajamarca de principios de 1533, y, más concretamente, a que contemplase lo que sucedió en la residencia convertida en prisión de Atahualpa, el último emperador inca, en los meses que precedieron a su muerte. Apuesto por que antes o después vería cómo dos de los conquistadores españoles se sientan frente a frente en una mesa y empiezan una partida de ajedrez. Incluso, en cualquier otro momento podría llegar a observar que quien ocupa uno de los asientos es el propio Atahualpa, quien también se dispone a entretenerse con este juego que, por la apariencia de su tablero, compuesto de casillas blancas y negras, le recuerda mucho a la taptana, ese entretenimiento inca que se desarrollaba en un escenario similar aunque con pequeñas fichas y no con esas figuras que reciben el nombre de rey, reina, alfil, caballo, torre o peón.
Mientras que este tipo de artilugios fantásticos sólo tienen cabida en la ciencia ficción, sí disponemos en cambio de testimonios e indicios sólidos que invitan a pensar que es muy factible que esa escena que usted ha visualizado realmente se produjera. En cualquier caso, no se puede hablar de certidumbre absoluta, por lo que existe también la posibilidad de que Atahualpa jamás jugara al ajedrez durante los meses que estuvo arrestado a las órdenes de Francisco Pizarro y que, por tanto, este componente tan peculiar y hasta exótico de su actual caracterización no tuviera ningún fundamento historiográfico. Desde luego, no se puede prever lo que el día menos pensado puede descubrirse en el manuscrito más insospechado o recóndito de cualquier archivo del
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mundo –El Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala apareció sorprendentemente en la Biblioteca Real de Dinamarca cuatro siglos después de haber sido escrito-, aunque a priori se antoja improbable que alguna vez llegue a saberse a ciencia cierta si Atahualpa, efectivamente, practicó este juego en algún momento durante sus últimos meses de vida y si, como algunos gustan de proclamar, fue el primer ajedrecista de América.
Ha trascendido tan poco sobre los comienzos del ajedrez en América que resulta inevitable hablar sobre supuestos. En realidad, que Atahualpa jugara o no al ajedrez es casi lo de menos. Y lo es porque la confirmación absoluta de lo que hoy en día es tan solo una hipótesis basada en argumentos de peso no variaría sustancialmente la lectura que en la actualidad se hace de los acontecimientos que significaron el principio del fin del imperio inca. De hecho, creo que tal validación, aun pudiendo resultar muy sonada, simplemente aportaría un par de avances que tampoco catalogaría de extrema trascendencia. De lograrse alguna vez esa siempre ansiada certidumbre, estimo que, en primer lugar, se reforzaría la convicción existente de que, al menos por momentos, la cordialidad imperó en la convivencia que hubo entre el líder indígena y sus captores, mientras que en segundo lugar corroboraría algo que ya cuesta poner en duda a estas alturas: el potencial intelectual de los indios, y de Atahualpa en particular, que era capaz de desenvolverse en una actividad que requiere capacidad de cálculo, concentración, análisis y estrategia, era equiparable al que se presuponía a los españoles de su época. Esta segunda observación no intenta simplificar nuestra comprensión de la capacidad intelectual de Atahualpa solo por comprender las reglas y los secretos del
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ajedrez, que estaba considerado como una de las más fieles manifestaciones del pensamiento humanista occidental. Tal y como apunta James Lockhart cuando desarrolla su concepto de “Double Mistaken Identity” (99-119), durante el proceso de ajuste y asimilación mutuos que españoles e indígenas experimentaron durante su concurrencia en el mismo espacio físico quedó palpable que, en realidad, y a pesar de los malentendidos propios de las primeras etapas de ese contacto, las convergencias entre unos y otros eran mayores que sus diferencias. Es decir, ambas partes no estaban tan lejos desde el punto de vista intelectual. Simplemente, eran productos de culturas diferentes. Por eso, una vez que asumieron que no se podía concebir al otro de acuerdo a los parámetros de sumundo, tanto Atahualpa como Pizarro intentan comprender cómo es el líder que tiene en frente con tal de lograr sus objetivos particulares.
Una vez hecha esta puntualización, y tras haber puesto también de manifiesto lo arriesgado que resulta asegurar sin tapujos que Atahualpa jugó al ajedrez, entiendo que, más que apuntar hacia la vertiente historiográfica, lo verdaderamente relevante es ahondar sobre la manera en la que ha ido construyéndose una imagen, la del Atahualpa ajedrecista, que, lejos de apagarse con el paso del tiempo, ahora está más consolidada y viva que nunca. Por consiguiente, esta tesina pone el énfasis en la dimensión cultural de este asunto y se enfoca fundamentalmente en dos aspectos. En primer lugar, establece el itinerario de la imagen de lo que podríamos llamar el Atahualpa ajedrecista. Es decir, examina los factores y documentos conocidos que, en los últimos casi quinientos años, han propiciado que la figura de Atahualpa haya quedado irremediablemente ligada al ajedrez. Y en segundo lugar, analiza el significado y el uso intencionado del que esta
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imagen ha sido objeto durante todo este tiempo. No en vano, algunos de los primeros conquistadores españoles que asaltaron el Perú y después, desde los albores del siglo XX, andinos y los hispanoamericanos en general, se sirvieron y se siguen sirviendo de la indiscutible fuerza del Atahualpa ajedrecista para utilizarlo en favor de sus intereses o reivindicaciones políticas y sociales.
Así las cosas, un detalle en apariencia irrelevante, que hasta ahora ha pasado más bien desapercibido en los estudios coloniales y que, visto superficialmente, parece estar condenado a no tener más rango que el de anécdota o curiosidad, se torna en cambio en la vía de acceso hacia algo mucho más profundo. No en vano, a través de las distintas figuraciones que muestran a Atahualpa moviendo con sentido las piezas del ajedrez se puede, por ejemplo, comprender mucho mejor qué buscaban ante la Corona española los destacados conquistadores Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya, así como llegar a cuán importante ha sido el resentimiento de los países hispanoamericanos hacia lo español y su dominio colonial en la construcción de su propia identidad nacional a partir de un discurso netamente pro indígena.
En el análisis y la exposición de sus argumentos, este trabajo sigue un orden cronológico que va desde la captura de Atahualpa en Cajamarca hasta nuestros días. Aun así, el primer capítulo comienza remontándose a tiempos todavía más pretéritos, pues sólo de esta manera, ofreciendo un contexto lo más amplio posible, puede llegar a comprenderse en toda su extensión lo que representa la presumible entrada en contacto de Atahualpa con el ajedrez. Para empezar, es menester subrayar que no se trataría del descubrimiento de un juego cualquiera por parte de un gran líder indígena, sino de su
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introducción al conocido como el juego de los reyes, al único que ha sobrevivido a los últimos quince siglos de historia tras cautivar a las distintas civilizaciones que lo han conocido, y, sobre todo, al juego que, por el simbolismo que se encerraba en su campo de acción, era mucho más que un simple juego en aquella incipiente España imperial.
Así, cuando el ajedrez llegó al Nuevo Mundo a principios del siglo XVI, los españoles exportaron mucho más que uno de sus juegos predilectos, ya que en sus partidas, como si cada una fuera una espontánea e irrepetible obra teatral, quedaban de manifiesto los valores y los principios más paradigmáticos del funcionamiento y la mentalidad de su sociedad y de esa Europa de largas raíces medievales que, sin embargo, avanzaba imparable hacia una nueva era, la modernidad. Esto es, estimo que es un planteamiento demasiado simplista limitar la novedosa presencia del ajedrez en América al encuentro de los nativos con un juego considerablemente distinto a los suyos propios, pues la dimensión política y cultural de este descubrimiento por parte de los indios va mucho más allá. Por el simbolismo inherente al ajedrez, es la demostración más paradigmática de cómo se produjo la imposición de la identidad española en sus nuevos dominios y el consiguiente proceso de transculturación que progresivamente experimentaron los indígenas.
Casualmente, la llegada del ajedrez a América coincidió con el pasaje de la Historia en el que este juego estuvo más estrechamente ligado a la realidad española. Tal y como promulga el historiador José Antonio Garzón la reina Isabel La Católica bien pudo haber inspirado la irrupción en el ajedrez de la dama actual, que fue creada en 1475 por los poetas valencianos Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de
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Castellví, y fue presentada en sociedad a través del poema conjunto Scachs D’Amor. Esta figura revolucionaria, capaz de realizar los movimientos del resto de piezas salvo el caballo, transformó este juego de la misma forma que la monarca, con su empeño y liderazgo políticos, variaría decisivamente el curso de los acontecimientos en la península ibérica. Dinámica y poderosa como ninguna otra figura sobre el tablero, el espíritu de la nueva dama, y del ajedrez moderno que ella origina y que rápidamente triunfa por toda Europa y el resto del mundo, es el fiel reflejo de aquella España fuerte y exultante que, por la gracia de Dios, se cree imparable y es capaz de culminar la Reconquista cristiana y de empezar a conformar un vasto imperio al otro lado del océano Atlántico.
Al margen de la fuerte carga simbólica que emanaba de cada set de ajedrez y del estratégico anhelo de los conquistadores por españolizar y ganarse la alianza de Atahualpa, varios detalles incitan a pensar que en absoluto es descabellado suponer a Atahualpa familiarizándose con este juego en su prisión. Ya desde El libro de los juegos de Alfonso X El Sabio queda latente que la cultura del juego era consustancial a la identidad castellana y que, sin excepción alguna, ésta se encontraba profundamente arraigada en todos los estratos de su sociedad. Además, para la época en la que se sucedieron las expediciones al Nuevo Mundo, el ajedrez había dejado de ser un entretenimiento exclusivo de esa elite social de la Edad Media que se concentraba en torno a la corte y se había popularizado considerablemente. Buena prueba de ello son las metáforas ajedrecísticas que pueden leerse en dos de las obras de referencia de la literatura medieval española: Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, y
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La Celestina, de Fernando de Rojas. Si a eso se añade que los conquistadores españoles gozaban de mucho tiempo libre y que Atahualpa, durante su cautiverio, seguramente recibió el tratamiento que correspondía a un rey, no es de extrañar que, antes o después, se produjera ese acercamiento.
Más que la idiosincrasia del ajedrez en sí, es muy probable que lo que más llamara la atención de Atahualpa fuera la manera en la que los españoles concebían el acto del juego. Éste es, sin duda, uno de los más claros ejemplos del fuerte choque cultural que se produjo en los primeros tiempos de coexistencia entre ambas civilizaciones: mientras que para los españoles el juego en general estaba íntimamente unido a la idea de competición, al irrefrenable deseo de vencer al contrincante –tal ambición provocaba que fueran acompañados de apuestas-, los incas lo entendían de una forma bien distinta. Para ellos, los juegos no eran sinónimos de confrontación entre dos contendientes sino representaciones amistosas que formaban parte de los rituales, especialmente funerarios, que celebraban en ocasiones puntuales.
El lector, al detectar varias veces el uso del tiempo incondicional y del modo subjuntivo en las frases que conforman las primeras páginas de esta introducción, puede llegar a sospechar que esta tesina es un ejercicio de especulación. Sí, en cierta medida, en lo que respecta específicamente a la constatación de la familiaridad de Atahualpa con el ajedrez, lo es. En realidad, estimo que no queda más remedio que mantener una postura algo escéptica mientras la incógnita de este enrevesado problema -no precisamente matemático- siga sin poder ser despejada por completo. Aunque la aspiración inicial de cualquier investigador sea atar todos los cabos sueltos con los que
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se topa durante sus indagaciones, hay ocasiones en las que, simplemente, por la idiosincrasia del caso y las circunstancias que rodean al mismo, no es posible cerrarlo definitivamente. Y este asunto, en mi opinión, es un buen ejemplo de ello.
Precisamente, el punto de partida de esta investigación fue el rebatimiento de la tesis de Olaf Holm, quien, mediado el siglo pasado, y en el único artículo de carácter académico que hasta ahora había sido publicado sobre la veracidad del vínculo establecido entre Atahualpa y el ajedrez, descartó completamente la posibilidad de que el rey hubiera entrado en contacto directo con este juego a través de los españoles que lo mantuvieron preso. En mi opinión, tan contundente aseveración es un error por parte del positivista Holm, quien bajo ningún concepto deja abierta la puerta a un planteamiento contrario al suyo o a que, como terminaría ocurriendo, salieran a la luz nuevas evidencias físicas que dejaran su afirmación en evidencia. De hecho, tal y como se expone en el segundo capítulo de esta tesina, hay tres manuscritos originales de la época colonial que no son citados por Holm y que ponen muy en entredicho su tesis. Pese a no ser absolutamente concluyentes desde mi punto de vista, estos tres documentos originales dan mucha consistencia a la teoría de que Atahualpa sí jugó al ajedrez ya que, ni más ni menos, lo mencionan explícitamente.
En concreto, se trata de una carta que el adelantado Gaspar de Espinosa escribe a Francisco de los Cobos, secretario de Estado y hombre fuerte del emperador Carlos I, anunciando que la incursión de los hombres de Francisco Pizarro en el Perú había sido un éxito y que, además, tenían bajo control a su rey, Atahualpa. La importancia de este escrito es capital, ya que, por la fecha que aparece en la misma, el 1 de agosto de 1533,
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se deduce que pudo ser la primera notificación que llegó a la península ibérica anunciando la entrada de los españoles en el imperio incaico. La segunda referencia conocida al Atahualpa ajedrecista la realiza el conquistador Pascual de Andagoya en la relación que, entre otros asuntos, escribe en 1545 sobre la conquista del Perú, mientras que unos años más tarde el cronista oficial Pedro Cieza de León también lo evoca en su Crónica del Perú.
Estos conquistadores, pese a no ser testigos de vista de lo sucedido en Cajamarca, son fuentes de información a tener muy en cuenta porque, de una u otra manera, estuvieron muy directamente involucrados en lo acontecido en el Perú. Aunque juntos sólo suman tres brevísimos y esporádicos comentarios sobre la vertiente ajedrecística del rey indígena -una producción poco significante a nivel cuantitativo si se compara con todo lo que se escribió en las Indias-, sí es cierto que el contenido de dichos testimonios es lo suficientemente sugestivo como para que no pasara desapercibido para alguien como Antonio de Herrera, reconocido historiador del Siglo de Oro español que, en su Historia General de las Indias, aspiró a recopilar por escrito los acontecimientos más relevantes que se desencadenaron en el Nuevo Mundo. Este trabajo, a su vez, fue una referencia ineludible para el no menos influyente William H. Prescott, quien en 1847 escribió su History of the Conquest of Peru, la primera gran obra contemporánea sobre la caída del imperio inca a manos de los españoles.
Mención a mención, el Atahualpa ajedrecista fue ganando envergadura muy lentamente. Sin embargo, esta imagen que había mantenido un hilo de vida durante tanto tiempo gracias a un muy esporádico goteo de frases sueltas, experimentará una eclosión
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extraordinaria y definitiva a partir de la tradición “Los incas ajedrecistas,” escrita a principios del siglo XX por Ricardo Palma. Tras haber bebido como tantos otros del extenso y minucioso trabajo de Prescott, el popular costumbrista peruano llevó esta figuración hasta el gran público con una historia que, sin duda, significó un verdadero punto de inflexión en el vínculo que siempre ha unido a Atahualpa con el ajedrez.
Palma, que tan a gusto se desenvuelve mezclando realidad y ficción, compone un texto de apariencia fidedigna en el que se proclama que la maestría que había alcanzado el rey inca en el juego del ajedrez pudo influir decisivamente en su condena final a muerte. Semejante desenlace no pasa inadvertido en el Perú, y mucho menos teniendo en cuenta cuál es el contexto en el que se produce la publicación de esta tradición. Era un momento de máxima exaltación del origen indígena por parte de un pueblo, el peruano, que trataba de sentar las bases sobre las que sustentar un sentimiento de nación completamente propio e independiente del sello español.
Puede que en otras circunstancias “Los incas ajedrecistas” no hubiese tenido tanta trascendencia, aunque también es muy posible que, en otras condiciones, este relato no hubiera surgido o que, al menos, no lo hubiera hecho de la manera en que lo conocemos. Por así decirlo, Palma, con mucha intención, y difuminando por completo la frontera que distingue el hecho histórico de la creación literaria, sirve con su puño y letra lo que la sociedad peruana ansiaba leer en ese preciso período, y es esa conjunción perfecta la que explica tanto la popularidad que adquiere esta tradición como la nueva dimensión, antes inimaginable, que alcanza a partir de ese instante el Atahualpa ajedrecista. Así, desde hace un siglo, y debido exclusivamente a la entrada en escena
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de Palma, esta imagen se convertirá en un icono, en parte del imaginario colectivo de todos aquellos marcados por un sentimiento de repulsa contra la conquista española del Perú y el irreparable daño que supuso la paulatina destrucción de la civilización y la cultura incas precolombinas.
Como se pone de manifiesto en el tercer capítulo, Palma prendió una llama que aún hoy en día sigue encendida y muy viva. Sin embargo, eso no significa ni mucho menos que desde ese momento el personaje histórico Atahualpa haya quedado automáticamente relacionado con el ajedrez ni que aquellos que sí establecen esa conexión la entiendan de la misma forma. De hecho, entre esa mayoría que da por válida y cierta la unión entre el emperador inca y el juego de los sesenta y cuatro escaques, se identifican tres tendencias.
En primer lugar, se observa un posicionamiento común en los trabajos de carácter historiográfico que aspiran a reconstruir fehacientemente los acontecimientos que marcaron la conquista del Perú. Éstos, que se basan principalmente en las fuentes coloniales primarias y en trabajos anteriores de la misma naturaleza, recelan de la autenticidad de la narración de Palma y prefieren limitarse a mencionar muy de pasada que Atahualpa aprendió a jugar al ajedrez mientras estuvo arrestado por los españoles sin detenerse lo más mínimo a hacer una lectura pausada sobre el significado que este detalle tiene a nivel cultural.
En consonancia con esta perspectiva, se encuentran una serie de representaciones o productos culturales de distinta índole que, aun recurriendo a la imagen del Atahualpa ajedrecista, tampoco subscriben literalmente los hechos
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concretos de “Los incas ajedrecistas.” En buena parte de estos casos, se aprecia una clara intencionalidad por parte de los autores, quienes, como también hiciera el propio Palma, encuentran en el ajedrez una inmejorable vía para expresar metafóricamente el dramatismo con el que buena parte de la población andina y sudamericana en general revive tanto el final de Atahualpa como la subsiguiente caída del imperio inca.
Por último, cabe citar a un tercer grupo formado por textos fundamentalmente literarios que de forma manifiesta continúan la senda trazada por Palma y, por tanto, actúan como altavoces de esta versión y de lo que la misma representa. Es digno subrayar que en este conjunto de referencias se incluyen un par de artículos periodísticos, lo que sin duda acredita el sobresaliente alcance y el grado de credibilidad que esta versión ha obtenido en los foros públicos. Precisamente, en términos de difusión es especialmente reseñable el papel que en los últimos años ha desempeñado internet, pues es casi imposible cifrar con exactitud la cantidad de páginas web en las que, con mayor o menor detalle, se reproduce la tradición de Palma. Dejando a un lado el debate en torno a la veracidad de este relato y a la autoridad de las voces anónimas que han emergido en el nuevo escenario digital, lo más interesante es ver cómo, gracias a la mediación de gente desconocida y de las posibilidades que ofrecen las nuevas vías de comunicación de masas, esta historia, por la impresión que genera su desenlace y por la carga pro indígena –o antiespañola- que transmite en su conjunto, ha adquirido más fuerza que el resto de interpretaciones del Atahualpa ajedrecista.
“Los incas ajedrecistas,” en su denuncia del sinsentido que resultó ser la condena a muerte de Atahualpa, también encumbra indirectamente la figura de Hernando de
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Soto. Palma, teniendo muy presente lo que había dejado escrito Antonio de Herrera, lo retrata como el único apoyo verdadero que el rey inca había encontrado entre sus captores españoles. Independientemente del rol que le adjudica el literato peruano, Soto es, sin duda, uno de los nombres propios más razonablemente ligados al Atahualpa ajedrecista. No en vano, antes de arribar al Perú, este conquistador de currículum brillante batalló en Panamá junto a Francisco Pizarro y Gaspar de Espinosa, quien, como ya se ha apuntado, fue el primero en anunciar desde Panamá el contacto de Atahualpa con el ajedrez. ¿Sería Hernando de Soto quien efectivamente iniciara a Atahualpa en ese juego? ¿Fue él quien informó de ello a Espinosa?
Éstas son solo algunas de las preguntas cuyas respuestas aún siguen en el aire. Por eso, más que pretender establecer una verdad que sintetice y explique lo ocurrido en términos absolutos, esta tesina prefiere centrarse en trazar la hoja de ruta que la imagen del Atahualpa ajedrecista ha seguido desde su fase inicial de construcción hasta hoy. Se trata de un recorrido que empieza con Gaspar de Espinosa en 1533 y que tiene continuidad unos años más tarde con Pascual de Andagoya y con Pedro Cieza de León. Después, será Antonio de Herrera el que tome el relevo, mientras que el siguiente eslabón de esta cadena llevará el nombre de William H. Prescott. Todos ellos, bien como conquistadores o como cronistas o historiadores, son protagonistas estrechamente ligados a la conquista del Perú y la reconstrucción de sus hechos.
Después, llegará el turno de Ricardo Palma. Sobre él, y gracias a su imaginación y su talento literario, recae el reconocimiento de haber popularizado más que nadie la vertiente ajedrecística de Atahualpa. Sin embargo, en este sentido no debe olvidarse el
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papel que accidentalmente también jugó Felipe Guaman Poma de Ayala. En Su Primer Nueva Corónica, redescubierto en Copenhague, Dinamarca, en 1908, pero publicado por primera vez en París en 1936, este cronista híbrido, de origen indígena pero educación española, afirma que Atahualpa jugaba al ajedrez cuando en realidad se refería a la taptana. A efectos prácticos, tal confusión también contribuyó a consolidar la impresión de que Atahualpa había conocido el ajedrez, pues la aparición de este libro, por sus comentarios y grabados en favor de los indígenas y de denuncia del comportamiento que tuvieron los españoles, significó una auténtica revolución en el campo de los estudios coloniales.
Tras Palma, y gracias fundamentalmente a Palma, otros grandes nombres de la literatura en español del siglo XX como José Lezama Lima, Ramón J. Sénder, Jorge Luis Borges o Roberto Bolaño mantendrán al Atahualpa ajedrecista en el mejor de los escaparates. Junto a ellos, otros escritores mucho menos conocidos para el gran público también contribuirán, aunque de forma menos sonada, en esta causa. Todos y cada uno de ellos, al igual que esos anónimos que escriben en blogs, foros o páginas webs, son los responsables de que ésta no haya decaído. Todos aportan su granito de arena para que esta figuración tremendamente sugerente sea una cuestión actual y no se haya quedado en una mera anécdota del pasado. Todos han influido para que se dé por hecho que Atahualpa jugó al ajedrez, aunque quizá nunca se sepa si ello realmente sucedió.
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CAPÍTULO 1
La llegada del ajedrez a América y los paradigmas identitarios en la conquista del Nuevo Mundo
Sigue sin existir un consenso unánime entre los historiadores del ajedrez cuando se trata de establecer el origen exacto de este milenario juego de estrategia, si bien es cierto que los hallazgos arqueológicos más recientes refuerzan la teoría de que éste, o al menos el chatrang, su antecedente conocido más cercano, surgió en Persia en torno al siglo VI d.C.1 Pese a las leyendas que han llegado hasta nuestros días relatando el nacimiento del ajedrez, que en su más pura esencia representa el enfrentamiento bélico que mantienen dos ejércitos en el marco infinito de sesenta y cuatro casillas,2 es más lógico pensar que su creación no se debió al ingenio de una sola mente privilegiada en un momento puntual, sino que, en realidad, fue fruto de la evolución y el ajuste de diversos juegos anteriores. Es decir, es consecuencia del “lento triunfo de la inteligencia colectiva” (Shenk 33).
1 Descendiente del chaturanga, que se practicaba en la India, el chatrang muestra similitudes evidentes con el ajedrez, ya que era un juego de inspiración bélica en el que, sobre un tablero de sesenta y cuatro casillas, se enfrentaban dos ejércitos con el firme propósito de capturar, atrapar o aislar al rey enemigo. Cada bando estaba formado por un rey, un ministro, dos elefantes, dos caballos, dos ruhks o carruajes y ocho soldados de infantería. Los movimientos de algunas de estas piezas eran parecidos a los del ajedrez actual.
2 De todas estas leyendas, la más popular, quizá porque refleja mejor que ninguna otra la esencia ilimitada del ajedrez, es la que cuenta que el juego lo creó un tal Sissa, sabio de la corte de un rey indio que, como recompensa por haber inventado tan asombroso juego, sólo pidió que, partiendo de un único grano de trigo en la primera casilla del tablero, en cada una de las restantes sesenta y tres recibiera el doble de granos de trigo que había en la anterior. La suma de los granos de trigo correspondientes a las sesenta y cuatro casillas supera los tres trillones y medio de granos, una cantidad tan astronómica como el del número de partidas distintas que pueden jugarse en un tablero de ajedrez, que es 10123. Por poner sólo un ejemplo, esta cifra es considerablemente superior al número de átomos en el universo conocido, que es igual a 1080 (García 217).
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Este continuo intercambio de conocimiento tuvo lugar en el amplísimo marco de la Ruta de la Seda, que durante un buen número de centurias vinculó comercial, cultural e intelectualmente a distintas partes de Asia.3 La expansión árabe, iniciada en la primera mitad del siglo VII, propició que el ajedrez llegara al alcance de los musulmanes, quienes lo practicaron y desarrollaron con fervor.4 Éstos lo difundieron por Bizancio y el norte de África, y a través de las penínsulas itálica e ibérica lo introdujeron en Europa, por donde rápidamente se propagó hasta convertirse incluso en un aspecto esencial para el entendimiento de la cultura medieval (O’Sullivan 2).
El proceso de universalización del ajedrez dio un paso de gigante con el descubrimiento, la conquista y la colonización de América que consumaron los españoles a partir de 1492. No hay duda de que fueron ellos los que exportaron el ajedrez al Nuevo Mundo, aunque llama poderosamente la atención el vacío documental que existe en torno a este excepcional pasaje en la historia del considerado como el juego de los reyes. Sirva como ejemplo que H. J. R. Murray, en su magna obra A History of Chess (1913), que ha servido de referencia ineludible para todos los que posteriormente
3 La Ruta de la Seda fue, en realidad, un conjunto de rutas interconectadas cuyas distancias llegaron a oscilar entre los 7.500 y los 35.000 kilómetros. Estas vías se originaron en torno al siglo II a. C. y conformaron una de las redes de comunicación más activas y fructíferas que jamás hayan existido, pues facilitaron el flujo e intercambio de objetos materiales, creencias religiosas, conocimiento científico, avances tecnológicos, arte y prácticas culturales. Desde el este de China hasta el mar Mediterráneo, estas rutas mantuvieron conectadas a las antiguas y dispersas sociedades de Asia, siendo además determinantes en el desarrollo de algunas de las grandes civilizaciones de la Humanidad (UNESCO, “Silk Roads”).
4 De hecho, los musulmanes fueron los autores de los primeros tratados ajedrecísticos. El legado árabe en este sentido es de un valor incalculable. Los problemas de finales de partidas que compusieron son una clara evidencia del profundo dominio del ajedrez que alcanzaron sus mejores jugadores. Sin ir más lejos, de los 103 problemas que incluye Alfonso X El Sabio en El Libro de los juegos (1283), 88 son copias de problemas que ya habían sido creados anteriormente por los musulmanes (Constable 305). Estos ejercicios son el germen de una inagotable tradición posterior que aún perdura y que puede encontrarse, por ejemplo, en periódicos de todo el mundo a diario.
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se han dedicado a indagar sobre el surgimiento, la evolución y la expansión del ajedrez, no detalla este hecho en su extensísimo trabajo de casi novecientas páginas.5
El principal objetivo de este primer capítulo no es paliar la carencia de información detectada en torno a la llegada del ajedrez a América y, más concretamente, a su implantación en los vastos territorios que antes habían conformado el imperio incaico. Tan ambiciosa y complicada aspiración, que, ojalá, algún día sea llevada a cabo por algún ávido investigador, requiere de una altísima dosis de trabajo que claramente se escapa de las posibilidades de esta tesina, aunque en las páginas que siguen se ofrecerán contenidos y argumentos consistentes que podrían servir de punto de partida para futuros estudios.
Más bien, este primer bloque, al margen de contextualizar el núcleo central de mi investigación, se sirve del caso concreto del ajedrez para retratar el inevitable y tremendo choque cultural que tuvo lugar en el área andina, donde dicha colisión, simbolizada con el famoso encuentro en Cajarmarca entre los hombres de Francisco Pizarro y el Inca Atahualpa, sigue grabada hoy en día en la memoria colectiva de los
5 Esta llamativa parquedad documental se mantiene en obras mucho más recientes que también han abordado la historia del ajedrez. Ocurre, por citar solo un caso, en el libro La partida inmortal. Una historia del ajedrez, de David Shenk, donde curiosamente sólo se hace mención a la llegada del ajedrez a América a partir de una cita de Benjamin Franklin, una de las grandes celebridades de la historia de la Humanidad que quedó subyugada por la magia de este juego: “A lo largo de épocas incontables ha sido el entretenimiento de referencia de todas las naciones civilizadas de Asia, de los persas, de los indios y de los chinos. Europa lo tiene desde hace un millar de años; los españoles lo extendieron por sus dominios en América, y tuvo una aparición tardía en Estados Unidos” (20). Igualmente, dicha carencia de información puede observarse en trabajos elaborados en Hispanoamérica, en los que el ajedrez recibe un tratamiento marginal respecto a otros juegos, especialmente los de azar, que eran mucho más populares (Zapata Gollán 26), o, simplemente, empieza a ser documentado a partir del siglo XVIII o XIX. De igual manera, llama poderosamente la atención que sean mínimas las referencias al ajedrez que se encuentran en el libro Juegos, fiestas y tradiciones en la América española, del historiador Ángel López Cantos, aunque, en cualquier caso, es justo indicar que dicho trabajo es una importante fuente de información en esta materia y que, sin duda, ha sido de gran ayuda en esta investigación.
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habitantes de esta región. Es decir, el ajedrez, fuente inacabable de metáforas “con la que se puede explorar prácticamente toda la realidad” (Shenk 31), actúa en esta ocasión como paradigma de dos procesos inseparables: por un lado, el de la implantación (o imposición) de la identidad española en el Nuevo Mundo y, por el otro, el de la consecuente transculturación amerindia. Al igual que el libro que el religioso Vicente Valverde entregó a Atahualpa en su primer acercamiento en Cajamarca era la representación física de la ley cristiana y de la autoridad de la Corona (a fin de cuentas, eran lo mismo), otros objetos materiales, en este caso el tablero y las fichas de ajedrez, fueron la vía a través de la cual se transmitieron en los nuevos territorios algunos aspectos fundamentales de la cultura, la sociedad y la mentalidad hispanas, y, por extensión, europeas de la época. Así las cosas, lo realmente importante de la llegada del ajedrez a América no fue que el antiquísimo juego que se había originado casi mil años antes al otro lado del planeta había alcanzado un nuevo continente, sino la dimensión cultural que su presencia tuvo en un complejo escenario que acabó siendo compartido por conquistadores españoles, indios nativos, mestizos y criollos.
El desarrollo del capítulo seguirá un orden cronológico para facilitar la comprensión de su línea argumental, en la que se entrelazarán épocas y contextos distintos. El punto de arranque será la progresiva popularización que el ajedrez experimentó en Europa a lo largo de la Edad Media, pues su práctica pasó de estar esencialmente limitada a las elites sociales que se concentraban en las cortes reales a, por el contrario, generalizarse en las sociedades medievales. La literatura contribuyó de manera decisiva en la paulatina democratización del ajedrez, que, sin duda, ocupó un
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papel protagónico en unos reinos hispánicos que entre sus costumbres tenían muy arraigado el hábito del juego. Precisamente, la ciudad de Valencia, a finales del siglo XV, fue el lugar donde se gestó el cambio que transformó radicalmente el ajedrez y aumentó sustancialmente su práctica. Tal hito histórico no fue otro que la incorporación al tablero de la nueva y poderosa dama, figura que, tal y como postula el historiador José Antonio Garzón, parece estar inspirada en la reina Isabel la Católica.6 Dicha novedad, impulsada desde la península ibérica hasta el resto del mundo por entonces conocido, fue clave en el resurgimiento del juego, que se dinamizó enormemente y se convirtió en un producto mucho más atractivo y acorde con la mentalidad de la incipiente modernidad europea. Sin embargo, para este trabajo lo realmente trascendente es el significado que adquirió el nuevo ajedrez. Éste se convirtió en un inmejorable transmisor de los principios sobre los que se sustentaba el proyecto político-expansionista emprendido por los Reyes Católicos, cuyo gobierno se vería decisivamente reforzado tanto política como económicamente a raíz de la culminación de la Reconquista cristiana en la península ibérica y el descubrimiento de América.
Precisamente, al nuevo continente llegaron una gran cantidad de conquistadores que, como no podía ser de otra forma, mantuvieron allí sus juegos y diversiones. Es más, los practicaron más que nunca, normalmente en exceso, y los fueron introduciendo entre los nativos, que hasta entonces habían cultivado un concepto del juego muy
6 Esta tesis, abanderada en la actualidad por el español José Antonio Garzón, cuenta con el respaldo de reconocidos historiadores y de un gran número de eruditos en esta materia, como H. J. R. Murray, Yuri Averbakh, Marilyn Yalom, Alessandro Sanvito, David Levy, Kevin O’Conell, Diego D’Elia, Mario Leoncini, Dagoberto L. Markl, Peter J. Monté, Franco Pratesi y David Schenk (Foro Valenciano del Ajedrez, “Respaldo internacional”).
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diferente y ligado a diversos ritos ceremoniales. El ajedrez, por tanto, y al igual que otras muchas manifestaciones culturales, fue testigo y actor en la coexistencia que hubo entre los conquistadores y aquellos amerindios que, por su privilegiada posición social, tuvieron relación directa con los españoles en las primeras décadas de la ocupación española.
Ejemplo ilustrativo de dicha convivencia fue el período en cautividad de Atahualpa, quien muy posiblemente jugó al ajedrez con sus captores españoles en los meses que precedieron a su ejecución. Este escenario recuerda en cierta medida a lo que dos siglos antes se había vivido en la corte del rey Alfonso X El Sabio, en la que cristianos, judíos y musulmanes, en un contexto de convivencia más o menos tensa, disfrutaban conjuntamente del ajedrez. Evidentemente, no es cuestión de trazar un paralelismo entre ambas situaciones, pues cada una representa un modelo de convivencia distinto, aunque sí es cierto que estos casos al menos nos permiten concluir que el ajedrez, curiosamente un juego con un claro trasfondo bélico, pudo contribuir a apaciguar los ánimos entre bandos enfrentados en situaciones de máxima tensión política.
La democratización del ajedrez en Europa
La universalización del ajedrez se debe fundamentalmente a su irresistible naturaleza embriagadora. Sólo así se explica que este juego haya cautivado a cientos y cientos de millones de personas de todo el mundo a lo largo de sus casi quince siglos de historia, siendo incluso nexo de unión entre culturas enfrentadas o sin vínculos directos.
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No es de extrañar, por tanto, su rápida expansión por Europa, donde se evidenció un imparable proceso de democratización del ajedrez conforme iba avanzando la Edad Media. Murray es contundente al escribir sobre ello: “During the latter part of the Middle Ages, and especially from the thirteenth to the fifteenth century, chess attained to a popularity in Western Europe which has never been excelled, and probably never equalled at any later date” (428).7 Pese a que no se conservan muchas figuras o sets de ajedrez medievales que así lo acrediten,8 “the frequent references to it in romances and popular philosophical allegories of the game also confirm that chess was a central part of the culture” (Adams 3).
Sin ir más lejos, dos de las grandes obras de la literatura medieval española confirman dicha aseveración. Jorge Manrique, en la estrofa XXXIII de sus Coplas por la muerte de su padre, utiliza la imagen del tablero de ajedrez para proclamar que su progenitor, cual ejemplar peón, se jugó la vida en el campo de batalla repetidas veces al servicio del rey de Castilla:
Después de puesta la vida
Tantas vezes por su ley
Al tablero;
Después de tan bien servida
La corona de su rey
Verdadero;
7 El tiempo ha dejado obsoleta esta apreciación de Murray, que escribió su reconocidísimo trabajo hace algo más de cien años, a comienzos de un siglo, el veinte, en el que el ajedrez alcanzó una dimensión muy superior a lo anteriormente conocido. Ello se debió a diversos factores, tales como la aparición de algunos de los mejores jugadores de la historia, el desarrollo de las comunicaciones e, incluso, cuestiones políticas. Por ejemplo, la lucha por el cetro mundial que protagonizaron el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky en plena Guerra Fría alcanzó unas connotaciones políticas antes inimaginables, teniendo un seguimiento y una repercusión masivos en todo el mundo.
8 El conjunto más importante de piezas de ajedrez medieval actualmente conservado es el conocido como The Lewis chessmen, formado por un total de 78 figuras (8 reyes, 8 reinas, 16 alfiles, 15 caballos, 12 torres y 19 peones) talladas en el siglo XII a partir de colmillos de morsa. Fueron descubiertas semienterradas en la arena de una playa de la isla de Lewis, en el norte de Escocia, en 1831.
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Después de tanta hazaña
A que non puede bastar
Cuenta cierta,
En la su villa d’Ocaña
Vino la Muerte a llamar
A su puerta, … (163-164)
Esta imagen del tablero de ajedrez como representación del escenario donde tienen lugar cosas importantes aparece también, y repetidas veces además, en La Celestina. Precisamente, en la primera de las menciones que se encuentran en esta obra -al comienzo del segundo cuarto-, se alude, según Julio Rodríguez Puértolas, a la estrofa de Manrique: “Celestina: … ¡Ay cuytada de mí, en qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita y esforçada pongo mi persona al tablero” (153).
No es éste el único comentario de inspiración ajedrecista que puede leerse a lo lago de la obra de Fernando de Rojas. En el séptimo auto, y ante la insistencia de Pármeno sobre Celestina para que mueva los hilos pertinentes para que Areúsa corresponda el amor que él siente por ella, la alcahueta afirma: “(M)ás de tres xaques ha rescebido de mí sobre ello en su absencia. Ya creo que esará bien madura. Vamos camino por casa, que no se podrá escapar de mate” (188).
Es cierto que, en sus inicios europeos, el ajedrez fue patrimonio prácticamente exclusivo de los nobles y los caballeros; es decir, de la aristocracia y la elite militar, que lo consideraban un pilar básico en su educación al igual que la caza, la monta a caballo, la música y la literatura (Constable 301)-. Sin embargo, con el paso del tiempo el juego fue derribando esa barrera y fue poniéndose al alcance del resto de la sociedad. Esta generalización puede entreverse a partir de algunas declaraciones de bienes y
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documentos legales de esta época, así como del hecho de que “chess seems increasingly to be treated in twelfth-century sources as a known entity, something which does not require special description or explanation” (Eales 15).
Como se ha demostrado un poco más arriba, la literatura jugó un papel decisivo en este proceso expansivo. El propio Richard Eales se pregunta “why was this particular game which was so widely adopted and taken so seriously by medieval writers?” (13). Daniel O’Sullivan tiene una respuesta al respecto: “(I)t is a system capable of generating infinite permutations … Its rules and potential for metaphorical or allegorical representation invite poets and preachers to note the similarities between the world on and the world off the chessboard” (2). De acuerdo a Eales, la riquísima simbología del ajedrez dio pie a que la literatura medieval recurriera a imágenes y situaciones propias de este juego para retratar diversos aspectos idiosincrásicos de lo caballeresco y lo cortés. De estas representaciones, este autor destaca tres tipos: 1) la intrínseca combatividad del ajedrez y el impetuoso deseo de ganar de sus jugadores como reflejo del tesón y el carácter del caballero; 2) la partida de ajedrez entre un hombre y una mujer como excepcional marco para el desarrollo de encuentros e historias románticas dentro de los parámetros del amor cortés; y 3) el ajedrez como metáfora y alegoría de la guerra, así como del rol que desempeña cada estamento social dentro de la jerarquía existente (30-33).
Este último punto, “a picture of society in miniature charged with real symbolic forcé” (33), cobró especial importancia en textos que, siguiendo la línea de los sermones y los ejemplos de los predicadores, mostraban una manifiesta intención moralizante. De
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todos estos documentos, el más ambicioso e importante fue, sin discusión alguna, el Liber de moribus hominum et officiis nobilium, escrito en latín por el dominico genovés Jacobus de Cessolis en la segunda mitad del siglo XIII y traducido a prácticamente todas las lenguas europeas del momento. Esto provocó que se convirtiera, y con mucha diferencia, en el segundo libro más reproducido durante la Edad Media, estando casi a la altura de la Biblia (Murray 537).9 “The Liber is a treatise, intended as advice to princes, that narrates the story of a ruler who through his knowledge of chess ceases his tyrannical ways, becoming a benevolent leader and, according to Jacobus, a better one”, resume Jenny Adams, quien añade que en este libro el ajedrez actúa como “an instrument of reform rather than as a simple reminder of social hierarchy” y subraya que, en lugar de vincular el ajedrez únicamente con el ámbito del monarca, “[it] seeks to absorb all people in its symbolic domain” (4).
Esta última afirmación es de gran trascendencia para entender la intencionalidad que mueve la obra de Cessolis. Adams recurre a la lógica propia del ajedrez para profundizar en la responsabilidad y el peso políticos -“social roles”- que el autor medieval otorga a los distintos estamentos de la sociedad de su tiempo:
(T)he king may be the most important piece on the board, but the other pieces have freedom of movement independent of the monarch and thus can affect the outcome of the game. Nor was the king the only person who could improve himself through chess. Jacobus suggests that anyone who learns the game should be able to master his or her role in the civic body and the rules that govern his or her actions. (5)
9 Murray registra una versión en catalán, Lo libre de les costumes dels homens e dels oficis dels nobles sobrel Joch dels Escachs, existente en manuscritos del siglo XV, y una versión en castellano, Dechado de la vida humana moralmento sacado del juego del Axedrez, que fue traducida por el licenciado Reyna, vecino de Aranda del Duero (Valladolid), en 1549.
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Por tanto, como el rey precisa de la indispensable ayuda y del buen hacer de todos los estamentos sociales para asegurar la prosperidad de su reino, la literatura moralizante, que se sirve del ajedrez por su enorme potencial doctrinario, no debe dirigirse únicamente al monarca y a quienes forman su corte, sino que tiene que llegar a todos los ciudadanos. Éstos, por medio de este juego que funciona como órgano articulador del ejercicio del poder, reciben instrucción sobre cuál es su papel en la sociedad y sobre las posibilidades de su autonomía moral (7). Por este motivo, Cessolis introduce algunas novedades muy significativas: si bien mantiene tal y como estaban generalizadas las figuras del rey, la reina y el caballero (caballo en su traducción al español), reinterpreta las figuras del alfil y la torre, que pasan a representar respectivamente a los jueces y representantes del rey, y personifica los ocho peones que ocupan la segunda fila de cada bando. En lugar de ser tratados como piezas anónimas en un grupo homogéneo, éstos pasan a encarnar determinados colectivos profesionales de la época para así fomentar su identificación con el pueblo llano (Murray 542-44).
Como muy acertadamente sintetiza David Shenk, el ajedrez fue “el Power Point de la Edad Media”, “una plataforma con múltiples usos al servicio de poetas, filósofos y otros intelectuales, quienes por medio de ella exploraron y presentaron una amplia gama de ideas complejas de una forma muy gráfica y atractiva” (33).
En realidad, tanto en Castilla como en los otros reinos hispánicos, el ajedrez, y todos los juegos en general, estaban profundamente arraigados a la identidad colectiva. Buena prueba de ello es que Alfonso X El Sabio, en sus últimos meses de existencia y
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tras superar unos años realmente convulsos como monarca, puso todo su empeño para por fin ver terminada su última y quizá más personal obra, el conocido como Libro de los juegos (su título original es Libro del axedrez, dados e tablas y fue concluido en 1283). Esta obra, considerada como una de las grandes joyas de la literatura medieval, destaca por su marcado carácter didáctico y divulgativo, pues el propósito del monarca, que ya desprendía un manifiesto aire humanista mucho antes de que esta corriente se generalizara en Europa (Anderson 448), era fijar las reglas y el conocimiento necesario para disfrutar debidamente con estos juegos. No debe pasar desapercibido el comentario que el rey sabio hace en el prólogo de su libro, en el que, muy significativamente, pondera el ajedrez por encima de los dados y las tablas. No en vano, el monarca estima que su intrínseca dependencia del intelecto humano lo convierte en “más assegado juego e onrado” que los otros (20).10 En cualquier caso, todos ellos quedan definidos como fuente de alegría para las personas, que en los juegos encuentran la evasión y la satisfacción que mitigan los problemas que depara la vida: “Porque toda manera de alegría quiso Dios que oviessen los omnes en sí naturalmientre por que pudiessen sofrir las cueítas e los trabajos cuando les viniesen, por end los omnes buscaron muchas maneras por que esta alegría pudiessen aver complidamente” (19).
Aunque puede afirmarse sin reservas que los fundamentos del ajedrez terminarían siendo de dominio público entre los pobladores de la península ibérica, es
10 Para avalar su razonamiento, el rey sabio, gran precursor del Renacimiento español, rescata una vieja leyenda sobre un monarca indio que “amava mucho los sabios e teniélos siempre consigo” y que consultó a tres de su corte “sobre los fechos que nacién de las cosas”. El que a la postre terminaría introduciéndole el ajedrez es el sabio que “dizié que más valié seso que ventura, ca el que vivié por el seso fazié sus cosas ordenadamientre, e aun que perdiesse que no avié ý culpa, pues que fazié lo quel convinié” (20-21).
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oportuno puntualizar que la existencia de tantas referencias documentales y literarias durante el medievo a otros juegos, especialmente a los de azar, induce a pensar que éstos gozaban aún de una mayor popularidad en el grueso de los ciudadanos. Esta inclinación era especialmente palpable entre los integrantes de los estratos más bajos de la sociedad, que, lógicamente, se sentían más atraídos por el azar que por el razonamiento humanista, que era una facultad en la que no habían sido educados y que, por tanto, no la sentían como propia.11
La gran eclosión del ajedrez: desde Valencia hasta el resto del mundo
En 1475, siete siglos después de haberse convertido en un enclave determinante para la introducción del ajedrez en Europa, la península ibérica, y más concretamente la ciudad de Valencia, que por entonces aún pertenecía al reino de Aragón, albergó el surgimiento del ajedrez moderno, que es prácticamente el mismo que hoy se sigue jugando en todo el planeta. Localizar la partida de nacimiento del hito más trascendental en la historia del ajedrez fue el gran reto que durante muchos años tuvieron ante sí los historiadores especializados en este juego. Hasta hace no demasiado tiempo, la teoría generalmente aceptada (principalmente porque la suscribía Murray, la voz de referencia en este campo durante la mayor parte del siglo XX) situaba el epicentro de este revolucionario cambio entre los reinos de Francia, Italia o España. Sin embargo, los
11 Ni siquiera las leyes establecidas por la Corona para regular y controlar los juegos de azar consiguieron que su práctica se redujera. Mientras que los juegos de dados estaban terminantemente prohibidos desde 1387, diversas modalidades de los juegos de cartas, aquellas en las que el factor suerte quedaba minimizado y se premiaba la habilidad del jugador, estaban permitidas siempre y cuando las apuestas y los envites no superaran una cantidad determinada (López Cantos 272).
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resultados de las investigaciones iniciadas en los años ochenta por Ricardo Calvo y rematadas decisivamente en las últimas dos décadas por José Antonio Garzón, demuestran que el nuevo ajedrez fue creado por los poetas valencianos Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de Castellví, quienes lo presentaron en sociedad a través de un poema conjunto, Scachs d’Amor.12
Además, el encomiable trabajo de Garzón desemboca en una hipótesis que es secundada por la gran mayoría de los historiadores de ajedrez más reconocidos del mundo y que, aun sin haber sido completamente corroborada, es de una trascendencia capital: la reina o dama, la nueva figura que es incluida en el juego en sustitución del alferza y que se convierte con mucha diferencia en la más poderosa dentro del tablero (no en vano, da nombre a este nuevo estilo), está inspirada en la reina de Castilla Isabel la Católica.13
12 Que hoy en día se siga teniendo constancia de este poema es el resultado de un agraciado cúmulo de casualidades. El manuscrito original, en paradero desconocido desde hace unos ochenta años, fue casualmente descubierto en 1905, más de cuatro siglos después de su creación, por el padre Ignasi Casanovas en el archivo de la Real Capilla del Palau Requesens en Barcelona. José Paluzíe, bibliófilo y pionero en la historiografía del ajedrez español, es, en 1911, el primer investigador en estudiarlo en profundidad y lo da a conocer a través de su Manual de ajedrez para uso de los principiantes. Él ya aporta dos datos clave sobre este poema: 1) refleja la primera partida conocida que es jugada bajo las reglas del ajedrez moderno, y 2) denota que esa nueva forma de jugar se está fraguando en esos tiempos, por lo que la datación del poema debe corresponderse con la datación del origen del ajedrez moderno. El tercer hecho determinante en este asunto lo protagoniza en 1914 Ramón Miquel i Planas, quien, siguiendo una costumbre de la época, fotografió el manuscrito al completo (dichas fotografías se encuentran actualmente en la Biblioteca de Catalunya) y lo publicó en Bibliofilia, una revista que editaba por entonces (Garzón, Alió, and Artigas 66). Según Garzón, se sabe que a finales de la década de los veinte, el manuscrito se encuentra en los Jesuitas de Sarriá, que compran el archivo del Palau Requesens. Ahora no está allí. Las hipótesis que se barajan son tres: 1) el manuscrito fue vendido a algún coleccionista americano; 2) acabó en algún punto de Europa, especialmente Holanda o Italia, tras la expulsión y dispersión de los jesuitas de España; 3) se encuentra descatalogado, posiblemente junto a otros manuscritos del siglo XV, en el Archivo Histórico de Cataluña, situado en la localidad barcelonesa de San Cugat del Vallés. Al menos, parece descartada la posibilidad de que, como se pensaba, fuera quemado durante la Guerra Civil española (Garzón).
13 Cuando Paluzíe da a conocer Scachs D’Amor en 1911, Murray debería tener ya muy avanzado su libro A History of Chess, que fue publicado en 1913. Aun así, a última hora el historiador británico incluye una
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El poema, una alegoría del amor escrita en valenciano y compuesta de 64 estrofas, tantas como casillas o escaques tiene el tablero de ajedrez, narra una partida de ajedrez –la primera conocida con las reglas modernas- entre Marte y Venus bajo el arbitraje de Mercurio.14 Castellví mueve las fichas rojas de Marte (las blancas hoy), mientras que Vinyoles hace lo propio con las verdes de Venus (negras) y Fenollar desempeña el papel de Mercurio, que es el árbitro y se dedica a comentar las jugadas que se van sucediendo y a explicar las nuevas reglas del juego. Más que la partida en sí, la gran aportación de este poema consiste en que muestra por primera vez las revolucionarias novedades que estos poetas promulgaron con tal de establecer un nuevo ajedrez, el ajedrez de la dama, el cual no tardaría mucho en germinar y expandirse por los reinos hispanos, europeos y de todo mundo, y que terminaría desplazando hacia un
breve mención sobre el poema en su libro (781), aunque ésta es superficial y en ningún momento cuestiona su propio planteamiento sobre un indefinido origen del ajedrez moderno.
Ricardo Calvo, autor del libro El poema Scachs D’amor (siglo XV). Primer texto conservado sobre ajedrez moderno (1999) fue el primer historiador contemporáneo en reivindicar el origen español del nuevo ajedrez, si bien es cierto que Murray ya menciona que su coetáneo Von der Lasa ya defendía esta hipótesis, fechándola igualmente en 1475 (777-78).
Por su parte, Govert Westerveld, en su trabajo La influencia de la reina Isabel la Católica sobre la nueva dama poderosa en el origen del juego de las damas y el ajedrez moderno, ya proclamó en 1997 que la nueva dama del ajedrez tenía por referente a la reina Isabel la Católica, mientras que la gran aportación de José Antonio Garzón ha consistido fundamentalmente en la aportación de pruebas concluyentes que han permitido reforzar y dar aún más fundamento histórico a esas hipótesis previas.
14 Las figuras de uno y otro bando representan conceptos estéticos y morales. De hecho, Castellví y Vinyoles, en sus respectivas primeras intervenciones en el poema, se encargan de especificar el significado que cada una encarna. Así, Castellví, en la estrofa I, proclama: “Tomando a la Razón por rey sin preeminencia; a la Voluntad por Reina de gran poder, contempla por Alfiles a los Pensamientos y por Caballos a los Loores de dulce elocuencia, las Torres son Deseos que inflaman la memoria, y los Peones, Servicios que pugnan por el triunfo”. Por su parte, Vinyoles a continuación, en la estrofa II, presenta de esta forma las figuras de Venus: “Para ejercitar su gloria quiso Venus por Roque a la cautelosa Vergüenza; por Caballos Desdenes en pago merecido; por Alfiles, Miradas de dulce contemplación; por Dama tomó a la agradable Belleza; y su Rey, como conviene a una historia de amor, fue el Honor, de existencia siempre en peligro; por Peones de toda fidelidad tomó a las Cortesías, armándolas y guarneciéndolas de toda, clase de fingimientos” (Westerveld 351).
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inevitable y progresivo olvido a la versión anterior del juego (se referirán a éste como el ajedrez viejo).15
La figura del alferza, reproducción del visir musulmán, era una pieza eminentemente defensiva que sólo podía desplazarse una casilla en diagonal.16 Su lugar junto al rey, del que era su principal escolta, pasó a ocuparlo la nueva dama, que, pudiendo realizar el movimiento de todas las demás figuras salvo el caballo, se convertía en el actor con más potencial sobre el tablero y dinamizaba considerablemente un juego que en ese momento corría el serio peligro de estancarse.17 Fenollar, en un comentario que hace en el margen derecho de la estrofa 54, define por primera vez el movimiento
15 A lo largo de la historia del ajedrez, especialmente durante la Edad Media, fueron innumerables las propuestas e intentos que se plantearon con mayor o menor éxito para modificar el juego. Esta inclinación a mejorar el ajedrez por medio de nuevas reglas, que puede verse reflejada incluso en el propio Libro de los juegos de Alfonso X El Sabio, dio pie a numerosas variantes locales que son conocidas con el nombre de assizes.
16 Es cuanto menos llamativo que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua haya eliminado el término alferza en su última versión, la vigesimotercera, que fue presentada en octubre de 2014 con motivo del tricentenario de esta institución. El misterio en torno a esta palabra no acaba ahí, ya que en las ediciones anteriores había sido definida de manera incorrecta: “Figura del ajedrez que originariamente ocupaba junto al rey el lugar que hoy tiene la reina, con los mismos movimientos que esta” (RAE). Como es sabido, la reina y el alferza no se movían de igual forma sobre el tablero. Curiosamente, la palabra no apareció en un diccionario hasta 1852 (en el de Castro y Rossi), casi cuatro siglos después de que esta pieza empezara a dejar de utilizarse y fuera reemplazada por la nueva reina. Entonces, la definición de la misma también fue errónea: “Lo mismo que alférez o caballo en el juego de ajedrez.” A modo de ejemplo, se adjunta un fragmento del Libro de los juegos de Alfonso X El Sabio que, como puede comprobarse, no se corresponde con la definición que se incluyó en los distintos diccionarios: “Ell alferza anda a una casa en sosquino, e esto es por aguardar al rey e non se partir d’él e por encobrirle de los xaques e de los mates cuando gelos dieren e pora ir adelante ayudandol a vencer cuando fuere el juego bien parado” (xxxvi).
17 La aparición de la nueva reina, con su imponente libertad de movimientos, no es la única novedad técnica que es presentada en Scachs D’Amor. De hecho, Fenollar introduce otras reglas: pieza tocada, pieza jugada (estrofa 6); el salto del rey a la tercera casilla en su primer lance (estrofa 15), antecedente del enroque actual; la obligatoriedad de avisar el jaque (estrofa 27); la captura del peón al paso (estrofa 39); las formas de conclusión del juego (estrofas 45, 48 y 51). No debe pasar desapercibido que en esta partida el alfil se desplaza con su movimiento actual, que es distinto al movimiento que tenía en el ajedrez medieval de procedencia árabe (salto en diagonal de dos casillas, como las piezas del juego de las damas). El hecho de que en el poema no se haga mención a este nuevo movimiento del alfil invita a pensar que éste ya era familiar para los jugadores de la época y el lugar y que, por tanto, como argumenta Garzón, su aparición fuera anterior a la nueva reina (qtd. in Westerveld 351).
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de la nueva dama: “Diu que la reyna vagui axi com tots sino cavall” [Digo que la reina mueva como todas (las piezas) excepto el caballo].18
La aparición de la reina se debe a la conjunción de dos aspectos principales, uno de carácter técnico y otro de naturaleza política y social. Por un lado, existía la necesidad de reformar el juego. Como recalca Garzón, “el ajedrez árabe, después de setecientos años de práctica en Europa, había llegado a un punto muerto, puesto que no había experimentado ninguna evolución.” Las partidas eran tan largas y lentas que casi dejaron de jugarse al completo, provocando que se recurriera a jugarlas con dados para agilizarlas o que se limitaran a la resolución de los problemas de finales de partidas como los que había recopilado Alfonso X El Sabio.
Por el otro lado, y como indica también Garzón, el novedoso escenario que se vislumbra en el tablero reproduce “los nuevos modelos y los nuevos roles que van a surgir en los estados europeos modernos.” Esta consideración se personifica fundamentalmente en la omnipresente figura de la nueva dama del ajedrez,19 que
18 Ésta y todas las traducciones de Scachs D’amor del valenciano antiguo al castellano que aparecen en este capítulo están sacadas del libro La reina Isabel la Católica: su reflejo en la dama poderosa de Valencia, cuna del ajedrez moderno y origen del juego de las damas, de Govert Westerveld, quien a su vez se sirve de la traducción del poema que Miquel i Planas publicó en la revista Bibliofilia en 1914.
19 La utilización de la expresión nueva dama del ajedrez no sólo está justificada sino que, además, requiere una importante explicación. En realidad, la figura de la dama o reina apareció en el ajedrez mucho tiempo antes, a finales del siglo X, aunque esta pieza tenía el mismo movimiento que el alferza y, por tanto, no estaba llamada a tener un papel tan protagónico en el juego. De hecho, el primer manuscrito conocido que evidencia la existencia de la figura de la reina es el poema Versus de scachis, escrito por un monje alemán anónimo en torno a 990. A partir de ese momento, la presencia de la reina será habitual en las obras literarias europeas que de una u otra forma recurran al ajedrez, lo que para Marilyn Yalom representa “the quintessential metaphor for the female power in the Western world” (xxiii). En su obra Birth of the Chess Queen, esta académica subraya el poder que progresivamente fueron alcanzando diferentes reinas en el panorama político europeo, las cuales dieron los primeros pasos hacia una tendencia que alcanzó su máxima expresión con la reina Isabel la Católica, la gran reina de una Europa moderna en la que también destacaron otras como Leonor de Aragón, María Tudor, Isabel I de Inglaterra, Catalina de Médicis, Juana III de Navarra en Francia y María I, reina de Escocia (Shenk 77).
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resembla a la perfección el perfil político de Isabel la Católica, una gobernante excepcional que abrió una nueva época casi en los albores del siglo XVI al convertirse en la primera reina europea que atesoraba la máxima autoridad y que, por tanto, tenía plenos poderes para regir los designios de un reino (Westerveld 321).20 La estrofa LIV de Scachs d’Amor no puede ser más elocuente al respecto:
Mas nostre joch de nou vol enremar se
de stil novell e strany a qui be·l mira,
prenent lo pom, lo ceptr’e la cadira.
car, sobretot, la Reyna fa honrar se.
Donchs, puix que diu que mes val e mes tira,
per tot lo camp pot mol be passegar se,
mas torçre no, per temor ni per ira.
Quant mes se veu la libertat altiva,
mes tembre deu de caure may cativa. (qtd. in Westerveld 321) [Pero nuestro juego quiere de nuevo engalanarse con un estilo nuevo y excepcional, para quien bien lo mire tomando la espada, el cetro y la silla pero, sobre todo, se honra a la reina Entonces, como ella es la que más vale y la que más tira por todo el campo puede bien pasearse pero no torcerse, ni por temor ni por ira cuanto más se ve la libertad altiva más debe temer de caer cautiva.]
Tal y como desarrolla Garzón en su artículo “Scachs D’amor: la prueba definitiva del origen valenciano del ajedrez moderno,” que es recogido por Govert Westerveld, dos extractos de esta estrofa son determinantes para vincular a Isabel la
20 Algunos autores puntualizan que, de forma complementaria, la aparición de una figura femenina tan poderosa sobre el tablero responda también al creciente culto a la Virgen María (Garzón, Alió, and Artigas 67), si bien es cierto que anteriormente ya se había recurrido al ajedrez para honrarla. Valga como ejemplo la referencia que ofrece Gómez Redondo, quien cita el prólogo del libro I de los Miracles de Nostre Dame, de Gautier de Coinci, donde, en una partida entre Dios y el demonio, se identifica la figura feminizada de la alferza con una guardiana protectora del rey, al que salva de los ataques de las piezas rivales (“Milagros ajedrecísticos”).
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Católica con la creación de la dama del ajedrez moderno. En primer lugar, Fenollar, voz de este fragmento del poema, dice que este nuevo ajedrez “realza la dignidad de la reina otorgándole la espada, el cetro y el trono.” Aquí el poeta se refiere a la ceremonia en la cual, el 18 de diciembre de 1474, escasos días después de la muerte del rey Enrique IV, Isabel la Católica es proclamada reina de Castilla y hereda de su hermano los símbolos que representaban el máximo poder del reino. Desde el punto de vista ajedrecístico, Fenollar recurre a estos símbolos (la espada, el cetro y el trono) para ensalzar el extraordinario poder que la nueva dama adquiere sobre el tablero.
En segundo lugar, y como complemento a la anterior apreciación, el poeta añade más adelante: “Así, puesto que se dice que es ella (la reina) quien más vale y más alcanza, pueda pasear muy bien por todo el campo.” Con esta frase, Fenollar se refiere de una manera aún más explícita si cabe al peso específico que la reina adquiere en el ajedrez moderno, donde sólo las sesenta y cuatro casillas del tablero (al margen, claro está, del resto de figuras que en él se encuentren) pueden poner límites a su avances en horizontal, vertical y diagonal.21 Esta autoridad adquirida en el juego también se corresponde con los hechos que marcaron la coronación de la reina. No en vano, el 15 de enero de 1475 se firma la Concordia de Segovia, según la cual Isabel queda como “reina y propietaria de Castilla” y Fernando el Católico es relegado al papel de rey consorte (Westerveld 347-48).22
21 Obviamente, no todas las piezas del ajedrez tienen el mismo valor relativo, aunque hay veces que esa importancia estimada varía dependiendo de la posición que existe sobre el tablero. La dama, como es lógico, tiene el valor más alto (9), muy por encima del resto de las piezas: torre (5), alfil y caballo (3), y peón (1). Es preciso puntualizar que esta valoración no es universal y que, por tanto, hay algunos estudiosos del ajedrez que dan otros valores, aunque sí son muy próximos a éstos.
22 Yalom indica que es “probable” que los tres poetas tuvieran como referente a la reina Isabel la Católica. Pese a no afirmarlo con la misma contundencia que los investigadores españoles (Westerveld es de origen
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Ricardo Calvo prueba la estrecha relación que existió entre el rey Fernando el Católico, gran aficionado al ajedrez como la propia reina Isabel,23 y los tres poetas: Fenollar, que pertenecía a una ilustre familia, fue capellán y maestro de la capilla del rey; Vinyoles, doctor en leyes, fue propuesto por el monarca como juez supremo de la Justicia Criminal; y Castellví, prestigioso cortesano de su tiempo en la Corona de Aragón, fue primero camarero y después mayordomo del rey (qtd. in Westerveld 323-24). Tal cercanía entre los autores de Schachs d’Amor y el monarca aragonés es un argumento de peso que refuerza la tesis de que la creación de la nueva dama está
holandés pero lleva media vida afincado en España), da la sensación de admitir esta posibilidad como muy factible: “Había surgido en Castilla una reina militante más poderosa que su esposo, luego, ¿por qué no iba a surgir también dentro del tablero de ajedrez? (…) Éste puede haber sido el pensamiento de aquellos ajedrecistas de Valencia que dotaron a la reina de una nueva y muy extensa capacidad de movimientos” (qtd. in Shenk 78).
Garzón, por su parte, identifica otros tres comentarios de Fenollar que, aunque no tienen vigencia en el ajedrez actual, sí refuerzan aún más su tesis, pues denotan total respeto hacia la monarca: en la estrofa 57, se establece que el peón no puede promocionar en una dama y que no puede haber más de una reina por bando sobre el tablero; en la estrofa 60 queda reflejado que las reinas no pueden capturarse entre sí; y en la estrofa 63 se afirma que el bando que pierda a su reina, perderá la partida.
23 Westerveld recoge que el cronista de la reina Isabel la Católica, Hernando de Pulgar, puso de manifiesto en varias ocasiones el gusto del rey Fernando el Católico por el ajedrez, hasta el punto que había veces en las que descuidaba sus obligaciones (329).
Garzón, por su parte, aclara que la afición por el ajedrez era compartida a partes iguales por los dos monarcas desde antes de su matrimonio. Además, recurre a dos inventarios de libros que pertenecieron a la reina para demostrar su gusto ajedrecístico. Primero, se sirve de una investigación de Diego Clemencín para la Real Academia de la Historia sobre los libros que existían en el Alcázar de Segovia (Memorias De La Real Academia De La Historia. Vol. 14. Madrid: Real Academia de la Historia, 1796. Print.), donde descubre que la monarca poseyó un manuscrito en pergamino francés titulado Juego departido, que era un libro técnico con problemas. Igualmente, cita el trabajo de Francisco J. Sánchez Cantón (Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid: Centro Superior de Investigaciones Científicas, 1950. Print.) sobre los libros que Felipe II mandó trasladar desde la Capilla Real de Granada hasta la librería de San Lorenzo del Escorial. Entre ellos se encontraban dos textos ajedrecísticos: “Libro del juego del ajedrez; muy antiguo” y “De a folio, en romance, escrito de mano, en pergamino contiene las Diferencias del juego del ajedrez; autor: el rey don Alfonso el Sabio. Para Garzón, el primero “probablemente se trate de una versión manuscrita de la obra moralizante de Jacobo de Cessolis” y el segundo era, “sin duda”, el Libro de los Juegos. Garzón, incluso, aporta documentos que relatan la adquisición de diversos tableros y piezas de ajedrez por parte de los Reyes Católicos (“Nuevos documentos” 253-56).
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indiscutiblemente vinculada a la coronación de la reina Isabel y al consecuente nuevo orden político que se estableció en la península ibérica a partir de ese momento.
Garzón, por su parte, no duda un ápice al afirmar que las observaciones de carácter técnico que ofrece Fenollar en el transcurso del poema “transmiten en realidad un reglamento completo del nuevo ajedrez que ellos mismos acaban de crear” (qtd. in Westerveld 351). El historiador basa su planteamiento en los comentarios que el propio árbitro de la partida hace en diferentes momentos del poema. Por ejemplo, en la primera estrofa puede leerse: “Pero nuestro juego quiere todavía adornarse con un estilo nuevo y sorprendente.” Al expresarse utilizando los términos “nuestro juego” y “estilo nuevo y sorprendente,” resulta evidente que los tres poetas utilizan el poema para dar a conocer su propuesta, algo que también queda de manifiesto en la estrofa LX, cuando Fenollar emplea las expresiones “según nuestro estilo” y “la regla de nuestra escuela.” Así las cosas, es interesante comprobar que mientras el origen del ajedrez, como se ha mostrado al inicio de este capítulo, sigue sin esclarecerse por completo, el nacimiento del ajedrez moderno sí está completamente definido, pues, mientras no se demuestre lo contrario, su invención responde a la imaginación y el empeño de tres hombres concretos, Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de Castellví, de la Valencia de la segunda mitad del siglo XV.
“El espíritu de ellos es muy renovador en todos los órdenes, y como aficionados al ajedrez también van a querer implantar su sello ahí,” argumenta Garzón. Los tres formaban parte del activo círculo literario y cultural que por entonces se generó en una Valencia que, por su privilegiada localización, que la convertía en elemento de conexión
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de las rutas comerciales que unían la península ibérica con Italia y el centro de Europa, era una de las ciudades más desarrolladas e importantes del viejo continente. Ese esplendor en todos los órdenes concentrado en Valencia, que se enriquecía de los intercambios materiales y culturales que mantenía con otras grandes ciudades de fuera, impulsó una formidable producción literaria (La Dama del Ajedrez). No debe sorprender, por tanto, que la primera obra impresa en España fuera Las Obres e trobes, en la que se recopilan los poemas y las coplas que se presentaron en un recital promovido precisamente por Fenollar en 1474 y en el que colaboraron conjuntamente los tres autores de Scachs d’Amor (Garzón, Alió, and Artigas 67).24
Una vez que el ajedrez moderno fue creado por Fenollar, Vinyoles y Castellví, esta renovada versión del juego paulatinamente se fue volviendo más popular en Valencia y en los puntos de la península ibérica y del resto de Europa que por diversos motivos estaban en permanente contacto con la ciudad levantina. En todos estos lugares, el ajedrez viejo fue cayendo en desuso y fue reemplazado por ese nuevo ajedrez de la dama que, comparado con el anterior, era prácticamente un juego nuevo. La nueva reina
24 La datación exacta de la fecha de creación de Scachs d’Amor, no reflejada en el manuscrito, corresponde a José Antonio Garzón, quien, en sus pesquisas, partió de la premisa emitida por Ricardo Calvo, que situó el poema entre 1470 y 1490, año en el que fallece Bernat Fenollar. La coronación de Isabel la Católica como reina de Castilla y la convicción de que el poema, y el ajedrez de la dama que promovían, celebraba dicho nombramiento, le movía a pensar que tuvo que ser creado en torno a 1475, muy poco tiempo después de que acaeciera tan magno evento. Tres pistas más le harán decantarse por esa fecha: 1) como se apunta en esta misma página, los tres autores ya colaboraban, es decir, hacían poesía conjuntamente desde 1474; 2) una filigrana en el papel empleado para inmortalizar el poema es usada especialmente en algunos de los primeros impresos que se hacen en Valencia, y en el entorno de los poetas, entre 1474 y 1475; y 3) tal y como confirmó el Instituto Astrofísico de Canarias, situado en la isla de La Laguna, en aquella época se produjeron dos conjunciones planetarias entre Marte, Mercurio y Venus que pudieron ser contempladas a simple vista en Valencia. La primera, el 30 de junio de 1475 y la segunda el 6 de junio de 1477. Por mayor concordancia con las otras pistas, Garzón concluye que el poema debió crearse el verano de 1475, pues los propios poetas especifican en la primera estrofa que esa conjunción dio pie al poema: “Habiendo encontrado Marte un templo a Venus, y teniendo entreambos en su presencia a Mercurio…” (Garzón, Alió, and Artigas 67).
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lo había vuelto mucho más dinámico y atractivo, transformándolo en una representación mucho más acorde con los tiempos que corrían.
Igualmente, Valencia también sería escenario de un segundo acontecimiento determinante en el devenir del ajedrez. En 1495, veinte años después de la creación de Scachs d’Amor y de que, por tanto, el nuevo ajedrez empezara a asentarse y ganarse el favor de los jugadores, Francesc Vicent publicaba, también en valenciano, el Llibre dels jochs partitis dels schachs.25 Considerado como la primera obra técnica de ajedrez impresa en el mundo,26 “(e)ste libro nos da la evidencia de que el nuevo ajedrez ha triunfado y se ha generalizado” (Garzón). La obra de Vincent se convertirá en un elemento decisivo en la difusión del ajedrez de la dama. En este sentido, tan importante como el esparcimiento de las copias impresas del mismo fue la sucesión de hechos que marcaron la vida de este excepcional personaje. 27 Pese a que no se conocen muchos detalles de su biografía, todo hace indicar que Vincent era de origen judío y que a
25 El título completo de la obra es Llibre dels jochs partitis dels schachs en nombra de 100 ordenat e compost per mi Francesch vicent nat en la Ciutat de Segorb e criat e vehi de la insigne e valerosa ciutat de Valencia. De los cien problemas que incorporaba, 79 eran del nuevo ajedrez de la dama.
26 En 1497, dos años después de la publicación del libro de Vicent, se publicó en Salamanca Repetición de Amores y Arte de Ajedrez con 101 Juegos de Partido, de un misterioso autor apellidado Lucena. Las últimas investigaciones apuntan a que es una traducción en castellano y ampliada del libro de Vicent. Esta posibilidad es muy factible ya que el editor, Leonard Jud, había trabajado anteriormente en Valencia con el activo círculo literario que allí existía y que en aquella época la copia de obras estaba a la orden del día (La Dama del Ajedrez).
27 Garzón, Alió y Artigas prueban una compraventa de 30 ejemplares de este libro el 29 de enero de 1496, por lo que se puede deducir que, dentro de las posibilidades de las imprentas de entonces, se hicieron bastantes más copias. Ni mucho menos es descartable que muchas de ellas fueran quemadas por la condición de judío del autor. Hay que ir hasta 1913 para encontrar la última constancia que se tiene de la existencia de uno de estos ejemplares, que fue vendido en Barcelona (74). Las últimas indagaciones de Garzón sitúan esta copia en Estados Unidos, aunque su paradero, al igual que el manuscrito original de Scachs D’amor, es desconocido. Sin embargo, algunos buscadores de tesoros bibliográficos andan tras la pista de este incunable perdido con la esperanza de hacerse con los 18.000 euros de recompensa con los que los promotores del Premio Internacional Von der Lasa premiarán “a la primera persona que (…) ofrezca una garantía absoluta de poder facilitar, en condiciones idóneas, la referida copia de la obra” (Origen valenciano del ajedrez).
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principios del siglo XVI, escapando de la Inquisición española, huyó hacia Italia, donde, obviamente, fomentó la práctica del ajedrez de la dama.28 Dos hechos sustentan esta hipótesis: por un lado, en Perugia y Cesena se descubren sendos manuscritos, seguramente escritos por él mismo, que, en realidad, son copias en italiano (con expresiones técnicas en castellano y valenciano) de su libro ajedrecístico; y por el otro, “en 1506 puede identificarse como Maestro Francesco, Spagnolo, maestro de Scacchi, que impartía clases de ajedrez a Lucrecia Borgia en Ferrara” (Garzón, Alió, and Artigas 80).29
El conquistador español y su propensión al juego
Mientras el nuevo ajedrez de la dama se expandía constantemente por toda Europa y por el resto del planeta, los dominios de la Corona española por el Nuevo Mundo también iban siendo cada vez mayores. Fueron dos procesos simultáneos que, en el caso concreto de América, se desarrollaron al mismo tiempo, ya que el nuevo ajedrez se implantó en los territorios americanos tan pronto como los españoles iban tomando posesión de los mismos. Según Garzón, en el Nuevo Mundo se dio un caso excepcional: allí sólo se conoció el nuevo ajedrez. En su opinión, no tiene sentido pensar
28 Se calcula que un cuarto de la población valenciana de finales del siglo XV era judía. Esta comunidad, identificada con la elite cultural y con un claro carácter innovador, se vio obligada a huir de la península ibérica tan pronto como se puso en marcha la Inquisición. En torno a unos 200.000 judíos buscaron refugio por el resto de Europa, especialmente en Italia, convirtiéndose accidentalmente en embajadores del ajedrez de la dama que acababan de aprender en Valencia y, por tanto, en responsables de su rápida expansión por el exterior (La Dama del Ajedrez).
29 Hija del valenciano Rodrigo Borgia, que en 1492 se convertiría en Papa bajo el nombre de Alejandro VI, Lucrecia Borgia (1480-1519) recibió una educación culta y refinada, y, con tres matrimonios con hombres importantes de la época, se vio implicada de lleno en los movimientos que su familia realizó para tratar de controlar la ajetreada política italiana del momento.
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que en las zonas conquistadas llegara a jugarse al viejo ajedrez, pues la versión anterior ya debía estar en desuso en la península ibérica cuando se produjeron los primeros asentamientos reales en América:
Hay una generación en España, la que propugna la nueva forma de jugar a partir de 1475, que sí batalla, por así decirlo, con el viejo ajedrez. Ése es el motivo por el cual en el libro de Lucena, por ejemplo, problemas de un estilo y del otro aparecen mezclados con total naturalidad. Pero esa situación de temporal coexistencia sólo acontece durante una generación, ya que en España, en torno a 1510, nadie jugaba al ajedrez viejo. Así las cosas, y teniendo en cuenta que el verdadero contacto o choque cultural con los indígenas americanos se produce a partir de principios del siglo XVI, se puede afirmar sin temor alguno que el ajedrez que llega al Nuevo Mundo es el nuevo, lo cual es una paradoja tremenda porque en ese momento, en media Europa, todavía se estaba jugando al viejo.
Independientemente del ajedrez que arribara a América de la mano de los españoles, lo que es incuestionable es que los conquistadores que hasta allí llegaron en busca de la fortuna que encarrilara sus vidas siguieron entreteniéndose al otro lado del océano Atlántico con los mismos juegos (el ajedrez entre ellos) que antes de zarpar habían sido parte de su día a día y habían contribuido a forjar su identidad como españoles.30 “La pasión del juego llegó a América con los descubridores y conquistadores, y a los pocos años se había transformado en una verdadera plaga social. No hubo lugar, por remoto o pequeño que fuera, donde no se practicara y, casi siempre,
30 Esta conclusión también ha de hacerse extensible a otras formas de entretenimiento, las cuales quedan clasificadas de la siguiente forma por Ángel López Cantos: las fiestas; las fiestas religiosas o solemnes; las fiestas reales o “súbitas” y el carnaval; las diversiones caballerescas; los espectáculos; los juegos deportivos y de habilidad; y los juegos de envite, suerte y azar (8-11). Es decir, conforme fue asentándose la colonia española en el Nuevo Mundo, los distintos tipos de diversiones que eran propios de la cultura castellana se implantaron en América, para disfrute de los colonizadores y también de los nativos, aunque éstos, más bien, experimentaron un proceso de transculturación que, al menos al principio, fue involuntario.
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con exceso,” sentencia al respecto Ángel López Cantos (269), quien, además, recalca que no hubo clase ni estamento social que, independientemente de donde se encontrara, permaneciera al margen de esta costumbre tan consolidada: “(A)fectaba a reyes, papas, nobleza, clero alto y bajo, sin olvidar, por supuesto, al común ni a las mujeres” (291).31
Alfonso X El Sabio había dejado escrito dos siglos antes que la virtud del juego reside en su práctica moderada y honesta. Sin embargo, en el Nuevo Mundo se rebasaron sobrada y sistemáticamente los límites de lo debido. Ni siquiera pudieron evitarlo las medidas adoptadas por la Corona española, que, alertada por la situación que se había desencadenado y por la repercusión negativa que esta indeseada tendencia podía tener en la estabilidad y en el correcto funcionamiento de la empresa conquistadora, trató rápidamente de poner cerco al asunto. Por ejemplo, el rey Fernando el Católico exhortó a los responsables de las distintas expediciones trasatlánticas a que se persiguiera con ahínco el juego ilícito, llegando incluso a establecer multas a los infractores que doblaban las penalizaciones que estaban vigentes en Castilla por el mismo motivo (López Cantos 287). Sin ir más lejos, el cronista Cieza de León escribirá que Pizarro nombró como alcalde mayor al hidalgo Juan de Porras para que, entre otras cosas, castigara “ásperamente” a quienes “andaban metidos en juegos” (173).
El problema es que quienes debían velar por el juego limpio y por el cumplimiento de las leyes en América eran los primeros que se las saltaban. Simplemente, eran incapaces de controlar sus irrefrenables ganas de entregarse al juego
31 La coyuntura propició la proliferación de tahúres en el Nuevo Mundo. Eran considerados “hombres viles, rufianes, ladrones, infames, etc...”, aunque lo cierto es que entre estos jugadores profesionales llegaron a encontrarse incluso representantes de la élite social como Pedro de Alvarado y Hernán Cortés (López Cantos (299).
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(especialmente, a los de azar) y a las apuestas que se hacían a partir de los mismos, que por norma general sobrepasaban con creces las cantidades permitidas.32 Son muchos los casos conocidos que podrían citarse para ilustrar cómo el juego alejó de sus obligaciones y responsabilidades a quienes, en teoría, debían dar ejemplo de buena conducta al resto de los españoles en el Nuevo Mundo. De hecho, entre los conquistadores sobre los que colgaba el cartel de jugadores y apostadores empedernidos se encontraban nombres propios tan relevantes como los de Pedrarias Dávila, Hernán Cortés, Pedro de Valdivia o el propio Francisco Pizarro, a quien el Inca Garcilaso de la Vega, comparándolo con Almagro, describe de esta forma en sus Comentarios reales:
El Marqués era mucho más inclinado a todo género de juegos que el Adelantado, tanto que algunas veces se estaba jugando todo el día, sin tener en cuenta con quién jugaba, aunque fuese un marino o un molinero, no permitía le diesen bola (bolichear), ni hiciesen otra ceremonia que a su dignidad se debía. Su amor propio le impedía terminar una partida si iba perdiendo, y no existía fuerza humana que lo arrancara del lugar a no ser que se produjera un alzamiento de indios. Entonces acudía el primero al sitio del conflicto. (qtd. in López Cantos 253)
En opinión de López Cantos, la irresistible inclinación de los españoles que desembarcaron por toda América hacia el juego y a su práctica desmedida se explica a partir de tres consideraciones fundamentales: 1) tenían mucho tiempo libre, lo que les permitía entregarse a la más absoluta ociosidad y, por tanto, ser presas de los instintos
32 Dos de los miembros de la expedición de Francisco Pizarro, Rodrigo Ordóñez y Hernán Sánchez Morillo, disputaron en la plaza de Cuzco “la más espectacular y copiosa partida de bolos que hasta entonces se había disputado en el Nuevo Mundo, ya que los contendientes apostaron 11.000 pesos de oro y 500 marcos de plata. Perdió Sánchez Morillo, que, en lo que duró el enfrentamiento, vio cómo se esfumaba buena parte de la fortuna que había amasado en Perú (López Cantos 257).
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menos recomendables de acuerdo a los principios de la fe cristiana; 2) habían conseguido mucha riqueza y de manera muy rápida, sobre todo en los primeros años de la conquista; y 3) muchos de los conquistadores eran soldados que cruzaron el océano Atlántico en busca de fortuna y que, por tanto, eran proclives a caer en la tentación de toda aquella forma de diversión o entretenimiento en la que la suerte, los envites y el azar estuvieran presentes (291-94).
Los primeros ajedrecistas en las Indias
Así las cosas, es innegable que los conquistadores españoles pasaron mucho tiempo jugando en América. Jugaron a las cartas, a los dados y, por supuesto, también al ajedrez, aunque quizá éste no fuera el tipo de juego que se asociara con el perfil que abundaba mayoritariamente entre los conquistadores. Al margen de los manuscritos que proclaman la familiaridad de Atahualpa con el ajedrez (se analizarán en el segundo capítulo), es menester detenerse en algunos pasajes especialmente significativos que avalan que el ajedrez estuvo muy presente entre algunos de los españoles llegados hasta el Nuevo Mundo.
Uno de los casos más conocidos es el del gobernador Pedrarias Dávila, destacado noble que se ganó el sobrenombre de “la ira de Dios” por su irrefrenable temperamento y la manera en la que trataba a sus súbditos, tanto españoles como indios. Era un jugador “empedernido” y cruzaba fuertes apuestas de todo tipo hasta cuando jugaba al ajedrez (Mena García 177). Así lo puso de manifiesto el contador Diego de la Tobilla, quien en cierto momento llegó a denunciar que “jugaba 50 y 100 y quizá 500 indios al ajedrez,
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sin distinguir si eran esclavos justamente o no” (Friede 152). Hasta el propio Bartolomé de Las Casas dejó constancia del desenfreno con el que Pedrarias Dávila consumía sus horas frente a un tablero de sesenta y cuatro escaques (39), si bien es cierto que ésta ni mucho menos es la mención más interesante de cuantas hace de este juego el fraile dominico en su extensísima obra. Como recoge el hispanista Fernando Gómez Redondo, Las Casas, en uno de los llamativos apuntes sobre frenología que incluye en su Apologética historia sumaria, opina que a los aborígenes, por las formas de sus cabezas, se les daría bien el ajedrez:
Los que la cabeza alcanzan luenga de la frente al colodrillo, de la manera de un martillo o, por mejor decir, de la hechura de una nado que tiene el principio angosto como la proa y la parte postrera hacia el colodrillo más capaz o más gruesa como la popa, y cuanto más saliere afuera del pescuezo aquella parte, aquellos tales serán hombres muy prudentes, próvidos y circunspectos y de todas partes regatados y para las letras habilísimos; entre otras habilidades, si aprenden a jugar al ajedrez serán grandes jugadores d’él. (qtd. in “El Ajedrez en América”)
El caso de Pedrarias Dávila, aun siendo relevante, no deja de ser una anécdota. Sin embargo, es preciso destacar que el ajedrez habría tenido un embajador de primerísimo nivel en el Nuevo Mundo en caso de que algún día pudiera llegar a confirmarse en todos los extremos que Ruy López de Segura, posiblemente el mejor ajedrecista del mundo durante la segunda mitad del siglo XVI, efectivamente arribó a Perú, como tenía intención, en 1570.33 José Antonio Garzón, Josep Alió y Miquel Artigas muestran que una Cédula Real, conservada en el Archivo General de Indias, en
33 En ese momento, Ruy López rondaba la cuarentena y se encontraba en plena madurez, por lo que su desplazamiento hasta América habría sido aún más llamativo (Garzón, Alió, and Artigas 165).
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Sevilla, y expedida a la Casa de la Contratación el 15 de septiembre de 1568 en El Escorial de la mano del escribano del rey Felipe II,34 daba licencia “al Bachiller Ruy López, clérigo presbítero,” para embarcarse hacia Perú, donde se encontraba su hermano Alonso (165).
Además, en el Catálogo de Pasajeros a Indias perteneciente a 1570, aparece, en el número 2.842, Ruy López: “El Bachiller Rui Lopez de Segura, clérigo, natural de Zafra, hijo de Hernán López de Segura y de María López de Segura, al Perú. 12 de octubre.” Es entonces cuando se vuelve más inquietante si cabe la ausencia de certezas que envuelve la misteriosa biografía de Ruy López. Estos investigadores consideran que “el barco debió partir en 1570, pues se conservan los registros de los maestres de las naos que viajaron ese año,” y suponen que “si (Ruy López) regresó a España, ya no volvió a ultramar.” Sin embargo, tampoco descartan la posibilidad de que no volviera a España, aunque anhelan el descubrimiento de al menos un solo documento que demuestre que Ruy López, efectivamente, tomó el barco en el que tenía un sitio reservado y pisó el Nuevo Mundo (165).35
34 Gracias al ajedrez, Ruy López y el rey Felipe II tuvieron una relación muy estrecha. Al margen de la citada Cédula Real que permitía al religioso embarcarse con destino al Nuevo Mundo, el monarca también dio licencia para que, en 1561, se imprimiera en Alcalá el Libro de la invención liberal y arte del juego del ajedrez, muy útil y provechosa para los que de nuevo quisieren aprender a jugarlo, como para los que ya lo saben jugar. Este primer trabajo de Ruy López es “una de las obras más importantes e innovadoras de la Historia del Ajedrez (Garzón, Alió, and Artigas 158), pues por primera vez plasma los principios técnicos del ajedrez moderno. En este libro, Ruy López presenta y analiza la que actualmente se conoce como Apertura Española o Ruy López, que aún hoy en día sigue siendo una de las más utilizadas, si no la más utilizada incluso entre los ajedrecistas profesionales, en el comienzo de las partidas. Además, Felipe II lo invitó a participar en el certamen internacional de ajedrez que organizó en su corte en Madrid (probablemente, entre 1574 y 1575) y en el que también participaron Alfonso Cerón, de Granada, y los dos mejores italianos de la época, Leonardo da Cutri y Paolo Boi. Es opinión casi generalizada entre los historiadores que esta cita puede ser considerada como el primer torneo internacional de maestros del ajedrez.
35 Al margen de su gran obra ajedrecística, Ruy López escribió otro libro, Grammaticae Institutiones, escrito en latín y publicado en Lisboa en 1563. Garzón, Alió y Artigas lo definen como “un hombre muy
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Sea cual fuere el destino final de Ruy López, su figura es el máximo exponente de un hecho sobradamente aceptado: la afición del clero al ajedrez. Antonio de Valdivieso, obispo de Nicaragua y principal impulsor junto a Bartolomé de Las Casas de la defensa de los derechos de los indios, estaría jugando una partida junto a otros dos religiosos cuando fue asesinado por un grupo de españoles (Asturias 430). Por su parte, Ricardo Palma, citando a Jiménez de la Espada, recuerda que Fray Gerónimo de Loaiza, el primer obispo de Perú, fue un “vicioso” del ajedrez, hasta el punto de que tal adicción estuvo cerca de alejarle de su cometido de acabar con el conquistador rebelde Francisco Hernández Girón (426).36
Más llamativa es, sin duda, la referencia que hace el Inca Garcilaso de la Vega. Pese a que él abandonó América con veinte años y que el grueso de su obra fue escrito una vez que se encontraba en España, es relevante observar que un mestizo como él empleó el ajedrez (signo inequívoco de que gozaba de una educación española y de que conocía los entresijos del juego) para, en el capítulo XXVIII de la segunda parte de sus Comentarios Reales, alabar las virtudes en el campo de batalla del maese Francisco de Carvajal. Éste lideró un contingente de soldados en defensa de Gonzalo Pizarro que
culto, trabajador incansable, dispuesto a sentar cátedra en el campo que abordara y conspicuo polemista” (166). De lo que no hay duda es de que ya tuvo que ser grande su figura para que Sebastián de Covarrubias Orozco, en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611, dijera de él lo siguiente en la voz Çafra: “Otra Çafra ay en Estremadura, donde hubo un muchacho que, siendo de muy poca edad, era tan gran jugador de axedrez, que todos le reconocían la ventaja, y quedó el nombre de niño de Çafra” (qtd. in Garzón, Alió, and Artigas 166).
36 La gran atracción que los religiosos sentían por el ajedrez en absoluto se correspondía con la postura que la Iglesia cristiana tuvo hacia este juego en sus inicios en Europa. El hecho de que se tendiera a jugarlo con dados para acelerar las partidas provocó que lo censuraran. Sin embargo, como apunta Murray, esa animadversión fue remitiendo a partir del siglo XIII: “By 1250 the early prejudice of the Church against chess had begun to weaken in view of the royal and noble patronage of the game, and the monastic orders were freely accepting chess as a welcome alleviation of the monotony of convent life, while a knowledge of chess had spread downwards from the inmates of castle and monastery to the wealthier burgesses and merchants of the towns” (428).
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derrotó a los hombres de Diego Centeno en la batalla de Huarina, posiblemente uno de los enfrentamientos más sangrientos de cuantos tuvieron lugar en Perú entre conquistadores españoles. El triunfo militar de Carvajal le valió todo tipo de elogios por parte del Inca Garcilaso, quien dice de él que era un “hombre tan esperimentado en la guerra y tan diestro en ella, que sabia a cuantos lances habia de dar mate a su contrario, como lo sabe un gran jugador de ajedrez que juega con un principiante” (519).
En otros casos, son menciones menores las que permiten mostrar el conocimiento prácticamente generalizado que los españoles que poblaron el Nuevo Mundo tenían del ajedrez. Olaf Holm especula con la posibilidad de que la vinculación que hicieron algunos cronistas entre Atahualpa y el ajedrez, a su juicio sin fundamento, pudo verse influenciada por los comentarios que algunos de los españoles llegados a Cajamarca hicieron de los vestidos que llevaban los soldados del rey inca (see fig. 1), los cuales fueron descritos como “axedrezados” o “a la manera de escaque” (92). Figure 1. Prenda de ropa característica de la civilización inca con cuadrados blancos y negros que recuerdan a un tablero de ajedrez. Dallas Museum of Art.
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Estos detalles, en apariencia sin demasiada trascendencia, contribuyen igualmente a sustentar la teoría de Garzón, quien no esconde su convencimiento de que Atahualpa, como mínimo, tuvo contacto con el ajedrez mientras estuvo cautivo en Cajamarca: “Si no llegó a jugar al ajedrez, estoy seguro de que, al menos, tuvo que ver cómo jugaban sus captores porque en ese momento el ajedrez era sumamente popular entre los españoles. Era como el fútbol de aquella época.”
La españolización de los incas a partir de los juegos: un caso de transculturación
Hay un documento que, en cierto sentido, respalda el planteamiento de Garzón (fig. 2). Se trata del grabado que aparece en el folio 387 del libro El primer nueva corónica i buen gobierno, escrito por el cronista quechua Felipe Guaman Poma de Ayala a principios del siglo XVII.
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Figure 2. Atahualpa, atado de pies y manos, es retratado junto a un soldado español junto a un tablero aparentemente de la taptana. Felipe Guaman Poma de Ayala, “Conquista Preso Atagualpaiga.”
En dicho dibujo, Atahualpa es retratado, maniatado y con cepo, mientras disputa una partida de un juego que parece ser el alquerque con uno de los soldados españoles que lo vigilaban durante su cautiverio.37 La importancia de este dibujo, obra de un nativo que se propuso denunciar el trato vejatorio que los españoles dispensaron a los indígenas, radica en que el mismo demuestra que los juegos actuaron como nexo de unión entre Atahualpa y los españoles. Tal apunte resulta fácilmente comprensible si se tiene en cuenta que estuvo preso durante nueve meses y que estos entretenimientos,
37 Al igual que el ajedrez, el alquerque, semejante al tres en raya actual, también es una herencia árabe. Es uno de los juegos que el rey Alfonso X El Sabio incluye en su Libro de los juegos.
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incluso en las situaciones más complicadas, son la mejor vía de escape para pasar el tiempo. Por tanto, si se admite este hecho, no hay motivos para pensar que no jugó al ajedrez con sus captores, sobre todo teniendo en cuenta que recibió un tratamiento de rey, que es lo que era, y que este juego, desde sus remotos inicios, era sello distintivo de la elite social. La pregunta que surge de inmediato, y de las que quizá no sea posible ofrecer una respuesta del todo convincente, es la siguiente: ¿por qué, entonces, Guaman Poma no retrató a Atahualpa jugando al ajedrez en vez de a la taptana?38 He aquí una suposición: es posible que prefiriera retratarlo disfrutando de un juego indígena en lugar de uno español, sobre todo teniendo en cuenta la tónica predominante en su libro.
Sin embargo, hay otro aspecto relacionado con este retrato que es igualmente importante. Guaman Poma, como si involuntariamente estuviera empeñado en rizar aún más el rizo en este asunto, acompaña el grabado del siguiente comentario:
De como estando preso conuer saua ataualpa yinga con don fran.co pizarro y don diego de alamagro y con los demás españoles y jugaua con ellos en el juego de axedres q. ellos les llaman taptana y era muy pacible príncipe y aci se contentaua co. los cristianos y daua su hazienda y no sauia con q. contentalles y rregalalles. (388)
38 Es muy probable que Atahualpa no fuera el único líder indígena que previsiblemente entrara en contacto con los juegos españoles. Por lo que dejó escrito Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Moctezuma, huey tlatonai de los mexicas entre 1502 y 1520, también pasó momentos distendidos con sus captores españoles durante su encarcelamiento. Sin embargo, en este caso llama la atención que la actividad de recreo referida es el totoloque, un juego azteca en el que había que pasar canicas, huesos u objetos similares por unos pequeños dados y a una determinada distancia. Así lo reflejó Bernal Díaz: “Y aun algunas veces jugaba el Montezuma con Cortés al totoloque, que es un juego que ansí le llaman, con unos bodoquillos chicos muy lisos que tenían hechos de oro para aquel juego, y tiraban con los bodoquillos algo lejos a unos tejuelos que también eran de oro, e a cinco rayas ganaban o perdían ciertas piezas e joyas ricas que ponían. Acuérdome que tanteaba a Cortés Pedro de Alvarado e al gran Moctezuma un sobrino suyo, gran señor, y el Pedro de Alvarado siempre tanteaba una raya de más de las que había Cortés. Y el Montezuma como lo vio, decía, con gracia y risa, que no quería que le tantease a Cortés el Tonatio, que ansí llamaban al Pedro de Alvarado, porque hacía mucho ixoxol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentía, que echaba siempre una raya de más. Y Cortés y todos nosotros, los soldados que en aquella sazón hacíamos guarda, no podíamos estar de risa por lo que dijo el gran Montezuma” (359).
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Aparentemente, hay una contradicción entre lo que muestra el grabado y lo que deja escrito Guaman Poma. Holm explica que la confusión nace de la “poca flexibilidad del quechua para incorporar nuevos aportes culturales y materiales y formar los vocablos para la designación correspondiente al objeto nuevo,” y, tomando como referencia los diccionarios quechua-español de Fray Domingo de Santo Tomás (1560) y de Diego González Holguín (1608), concluye que cuando Guaman Poma escribe “el juego de axedres” no se está refiriendo al ajedrez español concretamente, sino a un juego de mesa que “ellos,” los quechuas, “llaman taptana,” que es como denominaban al alquerque. Añade Holm que “en la forma inversa muchos de los juegos indígenas, desconocidos para los españoles se los tradujeron como juegos de ajedrez, por la misma razón, por ejemplo el cculluchuncana, que obviamente no tiene nada que ver con el ajedrez, lo tradujo González Holguín como ‘axedrez’ o ‘tablas’” (100).
Figure 3. Imagen de un tablero de taptana incluida en el artículo de Holm. Zeballos M., Carlos, “Un tablero de taptana.”