A Well written "Thesis on Atahualpa" by Juan Morilla, MA Congratulations!
In Spanish (Una buena Tesis sobre Atahualpa por Juan Morilla. Felicitaciones. En Español. Permiso del autor para publicarla en su sitio en la web)
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abundantes dichos y refranes y la infaltable moraleja o lección del asunto” (36). No hay duda de que este tercer punto es el que se corresponde con la escena de Atahualpa sorprendiendo a propios y extraños por su inesperada maestría en el ajedrez.
Como puede leerse en el párrafo final, Palma culpa prácticamente al ajedrez de la muerte de Atahualpa, pues su habilidad en este juego despertó los peores instintos de Riquelme, quien, en un momento tan decisivo como lo fue el juicio, se habría vengado de aquel soplo del inca que le hizo perder una partida contra Soto.73 Con este desenlace, Palma culmina un relato en el que muestra una representación de la alteridad basada en el desequilibrio entre las partes implicadas. Siguiendo la estela de Guaman Poma, el autor produce un discurso histórico desde la perspectiva de los sujetos colonizados y, por tanto, retrata a los españoles como “una ‘tábula rasa’, vacía de contenidos útiles, como para Sepúlveda lo había sido el amerindio” (Adorno 66). Esto es, Palma coloca al indígena por encima del español y completamente identificado con “la cultura, la razón, lo varonil, lo público, lo cortesano o caballeresco, lo cristiano” (Adorno 66), que son valores diametralmente opuestos a los que, por norma general, transmitían los cronistas españoles cuando radiografiaban a los nativos.
73 La teoría de que este desenlace de la vida de Atahualpa es únicamente fruto de la imaginación de Palma cobra aún más sentido cuando se comprueba cómo en otras dos tradiciones en las que el autor se refiere al juicio que se realizó contra el rey inca, “El que pagó el plato” y “Refutación a un texto de Historia,” no hay una sola palabra que haga referencia a la implicación del ajedrez en el resultado final del mismo. Es más, en ambos relatos Palma ofrece la lista de once españoles que votaron en contra de la muerte a garrotazos de Atahualpa. Se trataría de Juan de Rada, Diego de Mora, Blas de Atienza, Francisco de Chaves, Pedro de Mendoza, Hernando de Haro, Francisco de Fuentes, Diego de Chaves, Francisco Moscoso, Alfonso Dávila y Pedro de Ayala. En la segunda de estas tradiciones, Palma justifica la mención de estos conquistadores como “homenaje a esos once honrados españoles que votaron por que Atahualpa fuese enviado a España para que allí decidiese el rey sobre su destino” (R. Palma, and E. Palma 1481).
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He aquí el mejor botón de muestra de esta contraposición: en su exaltación de la figura del rey inca, Palma dice que éste es capaz de jugar “de igual a igual” al ajedrez con los conquistadores e, implícitamente, en la partida que disputan Hernando Soto y Riquelme que se resuelve a favor primero por la intervención decisiva y espontánea de Atahualpa, transmite la idea de que el indígena, pese a su inexperiencia en un juego que en ese momento era prácticamente nuevo para él, alcanza a ver sobre el tablero lo que los españoles, o al menos Soto, no es capaz de vislumbrar. Esto es, hasta en un ámbito en el que lo normal es que Atahualpa fuera inferior a los españoles, Palma lo retrata por encima de ellos.
El empeño de Palma por desmentir o desafiar la preponderancia de la versión española en el relato de lo sucedido en el final de Atahualpa hace que esta tradición sea una expresión autoetnográfica. El concepto, acuñado por Mary Louise Pratt, se refiere a aquellas “instancias en las que los sujetos colonizados emprenden su propia representación de maneras que se comprometen con los términos del colonizador.” Se trata de respuestas pro indígenas que tienen su origen en la necesidad de protesta o confrontación ante la perspectiva que los europeos han creado y establecido de “sus (usualmente subyugados) otros” de acuerdo a sus intereses y para su consumo propio (35). Es decir, son documentos que dialogan y batallan dialécticamente con el punto de vista preponderante en pos de dar cabida a la voz tradicionalmente oprimida, dando pie al menos a una interpretación más plural y abierta de lo que fue la realidad colonial y de lo que sucedió a raíz de la conquista del Perú.
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Curiosamente, “Los incas ajedrecistas” fue uno de los pocos relatos en los que Palma rescató del olvido hechos o personajes protagonistas de la conquista del Perú, ya que la gran mayoría de sus historias se refieren a los años de la colonia –tal circunstancia fue utilizada por sus detractores para tildarlo de españolista-. No menos llamativo es el momento en el que escribió este texto: éste, de 1910, fue uno de los últimos relatos de Palma, y apareció en un momento en el que su figura estaba debilitándose públicamente por la consolidación de las nuevas generaciones que, como Prada, concebían el Perú de una manera muy diferente y, por tanto, clamaban por una literatura distinta. “Por un lado apatía si no ignorancia frente (al) problema indígena,” expone, refiriéndose a Palma, Podestá, quien completa la frase definiendo la tendencia de Prada como “indigenismo en ciernes y preocupación por el cambio social” (132). Esto es, Palma, que había creado sus Tradiciones fundamentalmente a base de deconstruir el pasado virreinal, publica al final de su carrera literaria esta historia con claros tintes indigenistas que en cierta medida se aleja de lo que había sido el grueso de su obra y que, en cambio, está en plena consonancia con los nuevos aires que imperan en ese Perú de principios del siglo XX. Ese Perú, muy lejos de recordar o recrear el pasado español, siente la necesidad de establecer su propia identidad nacional a partir de la recuperación de su origen y esencia indígenas.
Dicho contexto es clave para una mejor comprensión de este relato. No es menos destacable el hecho de que en “Los incas ajedrecistas,” al igual que en todas las tradiciones, sobresalga el componente literario o ficcional que, de acuerdo a Hayden White, existe en toda narración histórica, en la que historia y literatura se fusionan para
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formar un todo indivisible. Para este crítico, cada texto que trata de reconstruir un hecho histórico es, en realidad, un “verbal artifact” que da una forma específica y distintiva al “always incomplete historical record” (82). Esta visión, sin duda, choca considerablemente con el planteamiento defendido por los historiadores más tradicionales y puristas, quienes estiman que los verdaderos relatos históricos son fieles representaciones de lo acontecido:
But in general there has been reluctance to consider historical narratives as what they most manifestly are: verbal fictions, the contents of which are as much invented as found and the forms of which have more in common with their counterparts in literature than they have with those in the sciences. (82)
Así las cosas, para White, que sigue los pasos de Northrop Frye, la narración histórica es un “bastard genre” que da como resultado productos que son fruto de “an unholy, though not unnatural, union between history and poetry” (83). En el caso de “Los incas ajedrecistas,” es evidente que el componente literario del relato tiene más peso que el puramente histórico, aunque cualquier intento por cuantificar con cierta exactitud la relevancia de uno y otro es un sinsentido ya que ambos intervienen conjuntamente para crear una única unidad indisoluble que es la tradición en sí. En otras palabras, no hay frontera que delimite la realidad de la ficción, que establezca hasta dónde llega una y dónde empieza la otra. Sin ir más lejos, la simple selección y ordenación de los eventos históricos que conforman cualquier relato histórico ya es un acto literario, “that is to say fiction-making, operation” (White 85).
El objetivo de este proceso a través del cual se da una forma determinada a lo que llamaríamos el relato histórico es “to familiarize the unfamiliar” (White 86). Es
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decir, éste se construye de tal manera que sea comprensible y tenga sentido para la audiencia a la que va destinada, que lo interpretará de acuerdo a sus ideas preconcebidas. Y para conseguir ese efecto, para vestir de otra forma la derrota indígena y la crueldad de aquellos españoles que perpetraron la injusta condena a muerte de Atahualpa, Palma se desmarca considerablemente de los relatos dominantes (sobre todo de las crónicas y demás testimonios emitidos por los españoles) y crea una historia propia y alternativa en torno a esa imaginaria partida de ajedrez que, a efectos prácticos, cumple la misma función.74
Partiendo de estas premisas, la historia que Palma crea en torno a esa posible maestría de Atahualpa en el ajedrez es, en realidad, una metáfora de los acontecimientos que desembocaron en la muerte del rey inca:
As a symbolic structure, the historical narrative does not reproduce the events it describes; it tells us in what direction to think about the events and charges our thought about the events with different emotional valences. The historical narrative does not image the things it indicates; it calls to mind images of the things it indicates, in the same way that a metaphor does. ... Properly understood, histories ought never to be read as unambiguous signs of the events they report, but rather as symbolic structures, extended metaphors, that ‘liken’ the events reported in them to some form with which we have already become familiar in our literary culture. … (I)t does not give us either a description or an icon of the thing it represents, but tell us what images to look for in our culturally encoded experience in order to determine how we should feel about the thing represented. (White 91)
74 White afirma que “the greatest historians have always dealt with those events in the histories of their cultures which are ‘traumatic’ in nature and the meaning of which is either problematical or overdetermined in the significance that they still have for current life” (87). Por supuesto, lo sucedido en Cajamarca, y más exactamente la muerte de Atahualpa, ha estado muy vivo en el imaginario colectivo de los nativos de los países de la región andina.
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Está fuera de toda duda que la elección del ajedrez por parte de Palma para este relato ni mucho menos es casual; todo lo contrario, está cargada de intencionalidad. De hecho, es un símbolo poderosísimo. En pleno siglo XVI, el ajedrez era algo más que un simple juego: era una de las más firmes representaciones del raciocinio humano y, sobre todo, una de las grandes señas de identidad de la Corona y el incipiente imperio españoles. Así las cosas, si el ajedrez se interpreta como un símbolo de la autoridad española en el Perú, el argumento de “Los incas ajedrecistas” puede leerse como una metáfora de lo sucedido en la conquista y, más concretamente, en el final de Atahualpa.
Dicha metáfora tiene cinco manifestaciones estrechamente interconectadas: incertidumbre militar, superioridad inca, división interna entre los españoles, injusticia y caída de un imperio. La incertidumbre se apoderó definitivamente de los españoles ante el rumor de que Atahualpa, aun estando preso, podría estar preparando un contraataque. En realidad, tras la aparente cordialidad que reinaba en la prisión de Cajamarca, estaba teniendo lugar lo más parecido a una partida de ajedrez, en la que tanto Atahualpa como Pizarro tomaban las decisiones y movían sus piezas de acuerdo a lo que les interesaba en aquella situación ni mucho menos exenta de tensión. El temor –parece que infundado- de los españoles a que el inca estuviera reorganizando a sus hombres para realizar un ataque sorpresa y acabar con ellos es perfectamente comparable a la contrariedad que se apodera de Riquelme en “Los incas ajedrecistas” cuando comprueba en primera persona el potencial ajedrecístico de Atahualpa, quien demuestra ser capaz de jugar “de igual a igual” y, por tanto, de poner en entredicho una hegemonía intelectual que los españoles ni se paraban a cuestionar. En resumidas
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cuentas, tanto en la realidad como en la ficción, Atahualpa se convierte en una amenaza para los españoles.
A partir del sorprendente talento de Atahualpa para jugar al ajedrez, Palma resembla el sentir andino de superioridad inca ante la barbarie española. Éste se manifiesta en el resentimiento que se apodera de Riquelme y que tanto condiciona su decisivo voto a favor de la ejecución del inca.75 La extrema igualdad que se produce en el juicio -Palma afirma que “(e)n el famoso consejo de veinticuatro jueces … se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once”- ilustra la evidente división interna que existía entre los españoles, mientras que el signo del voto de Riquelme –“… fue uno de los trece que suscribieron la sentencia”- es la más clara imagen de que, desde el punto de vista andino, la condena a Atahualpa fue una injusticia, pues, tal y como relata Palma, fue la reacción ante un temor inconsistente.76
Y, por último, la gran metáfora final: los conquistadores ganaron la partida que decidió quién iba a dominar el Perú a partir de ese momento. No en vano, el ajedrez es
75 Esta interpretación cobra aún más sentido al leer la segunda parte de esta tradición, en la que se narra cómo el ajedrez está por medio del asesinato de Manco Inca. “Estaba escrito que, como al Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco,” escribe Palma, quien relata que los trágicos sucesos ocurrieron una tarde, una vez vencido el bando almagrista, en la que Manco Inca jugaba una partida con el español Gómez Pérez. En un lance del juego, Manco Inca y el español discuten por la validez de un enroque que quería hacer el inca, y el enfrentamiento, según Palma, que dice reproduce un manuscrito de un cronista anónimo que estaba en el tomo VIII de Documentos Inéditos del Archivo de Indias, termina así: “El Inca alzó entonces la mano y diole un bofetón al español. Este metió la mano a su daga y le dio dos puñaladas, de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza, e hicieron pedazos a dicho matador y a cuantos españoles en aquella provincia de Vilcampa estaban” (Palma, and Oviedo 428). Son muchas las similitudes entre esta historia y la de Atahualpa, aunque el hecho de que no haya ninguna prueba documental que corrobore lo que cuenta Palma le resta aún más credibilidad a este relato.
76 El sentimiento de injusticia que desprende Palma en Los incas ajedrecistas sobre la muerte de Atahualpa casa perfectamente con lo escrito por Andagoya, quien también dejó constancia de su desaprobación hacia la condena a muerte del rey inca argumentando que éste, al contrario de Pizarro, siempre había cumplido su palabra.
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un juego de estrategia de inspiración bélica en el que se enfrentan dos ejércitos con el único objetivo de derrocar al rey enemigo. No hay otro desenlace posible que pueda ser considerado como victoria. Aquel bando que pierde a su monarca, la pieza más importante de las dieciséis que tiene de inicio sobre el tablero, pierde la partida y, por tanto, la guerra que está librando con su oponente. Básicamente, eso fue lo que ocurrió en Cajamarca, donde el imperio inca fue incapaz de resistir el empuje español y terminó rindiéndose ante la superioridad europea tan pronto como su rey quedó fuera del juego. En cualquier caso, dicho resumen simplifica mucho lo sucedido ya que los españoles contaron con la inestimable ayuda de las lides indígenas que eran contrarias a Atahualpa. Como quiera que fuese, la caída de la pieza del rey Atahualpa sobre el tablero andino significó la derrota del imperio inca y, por tanto, el fin de una partida que daría paso a la verdadera conquista y a la colonización del Perú.
Conclusión
Tras este análisis, cuesta creer que la historia que Palma narra en “Los incas ajedrecistas” esté basada en hechos reales y no sea producto de su elogiable imaginación. Muy posiblemente se trate de un relato de ficción que se da la licencia de transformar libremente el curso de los acontecimientos con tal de construir una historia con gran impacto y con una sobresaliente carga nacionalista, que era lo que demandaba en ese momento la sociedad peruana. En cualquier caso, e independientemente de la incertidumbre en torno a la veracidad de su relato, Palma, con esta tradición, se convierte en un decisivo eslabón de la cadena de escribientes que dejó para la posteridad
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la imagen del Atahualpa ajedrecista. Paradójicamente, esta cadena tendría en Guaman Poma de Ayala a su más inmediato sucesor, ya que el controvertido apunte que el cronista indígena hace en El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno, en el que, a primera vista, da a entender que Atahualpa jugaba al ajedrez con sus captores -como se mostró en el primer capítulo, Holm aclararía que, en realidad, Guaman Poma se refería a la taptana- también tuvo mucho que ver en que generalmente se aceptara que el rey inca practicó este juego.
Es harto probable que Palma cogiera la inspiración del texto de William Prescott, quien, a su vez, se habría servido de lo que había escrito dos siglos antes un Antonio de Herrera que, muy posiblemente, se apoyó en el testimonio de Pedro Cieza de León. Éste, por su parte, y mientras no se demuestra lo contrario, no tuvo por informantes directos a Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya para revelar esa supuesta cualidad del rey inca. Por tanto, a través de este camino retrospectivo se llega a la conclusión de que el origen último o el germen de esa imagen aún viva hoy en día de Atahualpa como jugador de ajedrez es la carta que Espinosa a la Corona española tan pronto como desde Panamá tuvo noticias del éxito de la operación de Francisco Pizarro.
Sin embargo, las breves menciones que Espinosa, Andagoya y Cieza de León hacen al respecto ni mucho menos son suficiente garantía para asegurar convincentemente que Atahualpa, en efecto, entró en contacto con el ajedrez. Bien es verdad que estos tres personajes históricos vivieron muy de cerca la conquista del Perú y que es muy factible que recibieran información de lo que allí sucedió por medio de fuentes muy importantes –me refiero a estatus social de los informadores, porque todas
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las fuentes, llegado el caso, pueden ser igualmente relevantes-, aunque no es menos cierto que sus comentarios son las tres únicas referencias que, habiendo sido vertidas por actores cercanos a la toma del Perú, se conocen actualmente sobre esta posibilidad. Esa falta de respaldo o apoyo en más documentos de similares características –incluidas las probanzas de los descendientes directos de Atahualpa y de aquellos soldados españoles que participaron en la conquista de Cajamarca y en la vigilancia posterior del rey inca durante el cautiverio de éste- invitan a la prudencia a la hora de dar por cierto lo que ellos afirman, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un asunto sumamente llamativo que es de suponer que habría despertado la atención de más personas.
De esta forma, estimo que el escepticismo en torno a los testimonios de Espinosa, Andagoya y Cieza de León es una postura prácticamente inevitable. No es para menos: hay conjeturas muy consistentes que apuntan al no en lugar del sí. En cambio, no creo que haya que descartar ninguna posibilidad ni que tampoco sea un problema que esta duda se perpetúe. Lo que considero erróneo es el posicionamiento inflexible de Olaf Holm, quien tan contundentemente descartó que Atahualpa jugara al ajedrez. Quizá nunca lo sabremos con exactitud empírica, como tampoco ya vamos a poder conocer cuál habría sido su análisis en caso de que hubiera tenido constancia de las jugosas menciones que dejaron por escrito los tres españoles citados, y que, desde luego, nunca pasarán desapercibidas para cualquiera que estudie este misterioso asunto con detenimiento. Para Holm, el Atahualpa ajedrecista nace con el (en su opinión) poco creíble Antonio de Herrera, pero, como se ha demostrado en este capítulo, quien sembró
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tan la llamativa imagen no fue este historiador, sino tres sujetos influyentes y bien situados tanto geográfica como socialmente durante la conquista del Perú.
Por tanto, abogo por una postura intermedia, neutral, que ni confirme ni desmienta, que mantenga cuidadosamente el equilibrio cual funámbulo que camina sobre el alambre. En realidad, llegar a saber con certeza absoluta si Atahualpa jugó o no al ajedrez antes de morir es lo de menos: el quid de toda esta cuestión, lo realmente trascendente va mucho más allá. En primer lugar, consiste en descubrir cómo un escenario tan ambiguo en torno a un hecho en apariencia poco relevante desemboca en lecturas muy profundas sobre lo que significó el aprisionamiento de Atahualpa y el sentimiento de animadversión que aún hoy en día, con una fortísima carga nacionalista, sigue latente en los pueblos andinos respecto a la caída del imperio inca. Y en segundo lugar, reside en mostrar el proceso que da como resultado la construcción y la consolidación de una imagen como la del Atahualpa ajedrecista; es decir, en identificar cuándo y por qué se produjo su nacimiento –independientemente de que esté basado en hechos reales o no-, cuándo y por qué tomó cuerpo, y cuándo y por qué, por último, eclosionó hasta alcanzar una gran magnitud.
Éste es un camino de no retorno. Podrá ganar o perder fuerza, pero a estas alturas el calificativo ajedrecista en absoluto desaparecerá completamente de la caracterización actual de Atahualpa. Precisamente, sobre ello irá el tercer capítulo de esta tesina, en la que se analizan muy diversos ejemplos –desde noticias en la prensa hasta obras literarias firmadas por autores de reconocido prestigio a nivel mundial, entre otros- que demuestran que, casi cinco siglos después de los sucesos de Cajamarca, la imagen del
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último rey del imperio inca sigue asociada al ajedrez, ese juego que, en sus últimos meses de vida, habría aprendido de los mismos que terminaron matándolo.
Mientras esta bola de nieve va ganando tamaño conforme sigue rodando, es prácticamente inevitable conjeturar sobre qué cambiaría en caso de que un día llegara a tenerse la certeza de que Atahualpa, como inicialmente proclamaron Espinosa, Andagoya y Cieza de León, jugó al ajedrez. ¿Hasta qué punto la lectura que ahora se hace sobre el desenlace del rey inca se vería modificada o revisada? Mi opinión personal es que dicha confirmación no variaría sustancialmente la interpretación aceptada en la actualidad, pues el curso de los acontecimientos desencadenados sería el mismo, aunque sí es indudable que aportaría una valiosísima evidencia que corroboraría o reforzaría dos de las impresiones transmitidas por los primeros cronistas españoles y que tradicionalmente han sido dadas por válidas sin discusión. Por un lado, que la convivencia entre los conquistadores y Atahualpa durante el cautiverio de éste fue correcta y fluida al menos al principio, pues sólo así se entiende que, incluso teniendo conceptos del juego distintos, compartieran parte de su tiempo entreteniéndose con el ajedrez. Por el otro, que Atahualpa, y por extensión todos los incas, tenía una capacitación intelectual similar a los españoles, algo que la corriente de pensamiento liderara por el muy influyente Ginés de Sepúlveda negaba con rotundidad.
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CAPÍTULO 3
El Atahualpa ajedrecista después de Ricardo Palma: una imagen más viva que nunca
En agosto de 2010, la ciudad peruana de Cuzco albergó la Copa Latinoamericana de Ajedrez, evento oficial de carácter internacional que, como rezaban los carteles anunciadores del mismo, se celebró “(e)n memoria al Inca Atahualpa, Primer Ajedrecista de América.” Este detalle basta por sí solo para demostrar que, casi quinientos años después de los acontecimientos de Cajamarca, la imagen del Atahualpa ajedrecista sigue muy viva en los países iberoamericanos y, muy especialmente, en la región andina.
Desde que hace poco más de un siglo Ricardo Palma, a través de su tradición “Los incas ajedrecistas,” hiciera llegar al gran público el buen hacer del último emperador inca en el ajedrez –todos los testimonios anteriores, provenientes de protagonistas directos de la conquista o de historiadores, no habían alcanzado una difusión comparable a la que sí tuvo el texto del influyente literato peruano-, se ha producido un goteo de referencias de distinta naturaleza sobre este asunto que ha contribuido decisivamente a la consolidación del mismo como aspecto casi imprescindible en la caracterización actual del personaje histórico Atahualpa. Pese a que no existe un pleno consenso al respecto –ahí está, sin ir más lejos, la negación de Olaf Holm-, ha sido dicha cadencia, y la fuerza de la mayoría de estas representaciones, lo que ha resultado en la aprobación cada vez más generalizada de esta imagen, que, de tanto repetirse, ha ido perdiendo con el paso de los años su estigma de leyenda para,
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quizá ya de manera definitiva, ser considerada como el reflejo de algo que verdaderamente sucedió.
Habida cuenta de que es materialmente imposible recabar todas las manifestaciones culturales que de un tiempo a esta parte han enlazado la figura de Atahualpa con el ajedrez, este tercer y último capítulo se centra exclusivamente en el análisis de algunos ejemplos concretos que, bien por su contenido, por la entidad de quien los produjo, por el propósito que esconden o por el impacto que han podido tener en la sociedad, son, desde mi punto de vista, los más representativos a la hora de corroborar cuán vigente sigue estando hoy en día esta concepción.
Desde luego, si trascendentales fueron todas y cada una de las escasas menciones que se realizaron en lo que podríamos considerar como la primera etapa de la construcción del Atahualpa ajedrecista –ésta iría desde Gaspar de Espinosa hasta Ricardo Palma, pasando por Pascual de Andagoya, Pedro Cieza de León, Antonio de Herrera, William H. Prescott e incluso el confuso grabado de Guaman Poma de Ayala-, no menos relevantes en este sentido son los documentos que han seguido esta senda posteriormente. Por anecdóticos o intrascendentes que algunos puedan parecer a simple vista, cada uno suma en mayor o menor medida para la misma causa, permitiendo que esta pincelada que tan lentamente se instauró en el imaginario colectivo de los andinos no se haya desmoronado ni tampoco haya caído en el olvido con el paso del tiempo.
Estas evocaciones son de diversa naturaleza. El primer grupo lo componen una serie de trabajos de carácter historiográfico en los que sus respectivos autores han compilado toda la información que han podido sobre la caída del imperio inca y la
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consiguiente conquista española. En concreto, se trata del artículo “The Behavior of Atahualpa, 1531-1533” (1945), de George Kubler; y de los libros The Conquest of the Incas (1970), de John Hemming; The Last Days of the Incas (2007), de Kim MacQuarrie; y Francisco Pizarro. El hombre desconocido (2015), de María del Carmen Martín Rubio.
Todas estas obras tienen un denominador común: por el breve espacio que se le reserva en estas narraciones, que Atahualpa jugara al ajedrez mientras estuvo preso recibe el tratamiento propio de un asunto anecdótico que no tiene mayor trascendencia para el devenir de la Historia. En cualquier caso, para Kubler y MacQuarrie estas escuetas referencias sí son el punto de partida hacia algo más; mientras que el primero profundiza sobre ese supuesto señorío de Atahualpa que tanto alabó originariamente Pascual de Andagoya, el segundo utiliza el ajedrez como metáfora del pulso estratégico que Pizarro y Atahualpa libraron mientras duró el encarcelamiento del monarca inca.
Dicho enfoque, en el que el Atahualpa ajedrecista pasa casi desapercibido, se ubica en las antípodas de las profundas lecturas que, en cambio, emanan de diversos trabajos de ficción o de otros productos culturales. Éstos, sirviéndose de esa imagen asociada al líder indígena, recurren a la más pura esencia del ajedrez para representar o escenificar el choque que se produjo entre las civilizaciones inca y europea. De esta forma, los sets de ajedrez en los que se enfrentan los bandos español e inca metaforizan sobre lo acontecido en Perú de la misma manera en que lo hacen el cortometraje Atahualpa (2004), de Jimmy Entraigües e Iván García, y la novela El Tercer Reich (2010), de Roberto Bolaño.
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Al menos en el caso de Entraigües, “Los incas ajedrecistas” fue el texto que avivó la inquietud y la inspiración del autor. Desde luego, éste no es el único caso en el que la citada tradición de Palma es el punto de partida para nuevas y más recientes obras de ficción sobre este asunto. Por ejemplo, en el relato “Ajedrez fatal” (1988), el historiador ecuatoriano Rodolfo Pérez Pimentel le da un ligero toque personal a la fiel adaptación que hace del trabajo del literato peruano. Éste también es reproducido a grandes rasgos en la novela Túpac Amaru (1973), donde el español Ramón J. Sénder abarca la muerte de Atahualpa y rinde una especie de homenaje a los españoles que votaron en contra de la condena a muerte del líder inca. Por su parte, el poeta y académico Dennis Siluk incluye en su libro Peruvian Poems-And Other Poems (2005) un par de poemas propios, uno de ellos de carácter épico, que igualmente retrotraen al lector al texto de Palma.
Todas estas referencias directas a “Los incas ajedrecistas” sitúan en un lugar privilegiado a Hernando de Soto, que desde antes de Palma ya había sido identificado como el principal apoyo que Atahualpa había encontrado entre sus captores españoles durante su cautiverio. Ninguno de los trabajos arriba citados omite la figura de este destacado conquistador, que también será protagonista en otras obras literarias que igualmente sientan al rey inca junto a un tablero de ajedrez pero que, en cambio, se desmarcan voluntariamente del argumento de la conocida tradición. Así, Soto y Atahualpa, con el ajedrez de por medio, tienen una relación muy estrecha en la trama que desarrolla la novela El espía del Inca (2012), del peruano Rafael Dumett, mientras que dos de las grandes figuras de la literatura latinoamericana del siglo XX, Jorge Luis
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Borges, en el relato “El atroz redentor Larazus Morell” (1935), y José Lezama Lima, en “Telón lento para arias breves” (1975), incorporan una escueta pero significativa mención al Atahualpa ajedrecista.
Por último, cabe destacar que la expansión de esta imagen ha sido tan genérica que, incluso, ha rebasado los límites de la historiografía y la ficción para adentrarse en el cerco exclusivo de la información periodística. Sendos artículos en el diario ecuatoriano El Universo de Guayaquil (1992) y el español ABC (2014) avalan la sobresaliente difusión que ha alcanzado la vinculación de Atahualpa y el ajedrez, la cual, además, y gracias a las posibilidades que ofrece Internet, ha experimentado en las dos últimas décadas unos niveles de popularidad antes inimaginables. A través de esta herramienta indispensable en las comunicaciones de las sociedades del siglo XXI, una inmensa audiencia global tiene acceso a los textos elaborados por personas anónimas, generalmente amantes de cualquier aspecto relacionado con el ajedrez, que voluntaria y desinteresadamente han tenido a bien divulgar este peculiar aspecto de la caracterización de Atahualpa.
El ajedrez en las recientes reconstrucciones históricas del final de Atahualpa
Ordenar, aclarar y, en definitiva, reconstruir los acontecimientos más determinantes que se sucedieron en el transcurso de la conquista del Perú ha sido el difícil reto al que se han enfrentado numerosos historiadores contemporáneos. Todo ellos, en algún u otro sentido, han creído necesaria la revisión de los textos que inicialmente, desde las primeras crónicas o relaciones del siglo XVI hasta el History of
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the Conquest of Peru de William H. Prescott, ya trataron de resumir en la finitud de un texto escrito la complejidad consustancial a un hecho muy enrevesado. Pese a que en estos trabajos recientes no se entrevé por parte de los autores más aspiración que la de ofrecer un relato fidedigno, las disparidades que se observan entre ellos en ciertos aspectos son inevitables ya que cada autor hace su propia interpretación del material que ha recabado durante su investigación.
Así las cosas, es simple y llanamente imposible desligar el componente literario o ficcional de cualquier narración con pretensiones historiográficas por indiscutible que sea la vocación del escritor de hacer un retrato objetivo -¿acaso existe la objetividad?- de lo que aconteció en el Perú a partir de 1532. La mera selección de temas y la lectura particular que cada historiador hace de los mismos de acuerdo a su criterio y al conocimiento que tiene del asunto, son el origen de textos con matices diferentes. Precisamente, esta disparidad de visiones o interpretaciones explica que sólo algunos de ellos vinculen a Atahualpa con el ajedrez o que, entre los que sí lo hacen, esta familiaridad tenga un significado diferente. Como puntualiza Hayden White, “historical events are value-neutral” (84), una materia bruta a la que cada observador le da una forma y un sentido determinados (86).
De los cuatro textos analizados en este bloque, la mención al ajedrez más superficial es la que puede leerse en Francisco Pizarro. El hombre desconocido, el libro con el que la historiadora María del Carmen Martín Rubio desprende al conquistador español de la leyenda negra que tradicionalmente le ha sido adjudicada y que, en su
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opinión, no se corresponde con la personalidad de este personaje.77 En el transcurso del apartado titulado “El tesoro de Cajamarca,” el ajedrez simplemente es citado como demostración del clima de concordia que reinaba en la prisión de Atahualpa una vez que los españoles creían haberse hecho con el control de la situación:
… (L)a ciudad estaba tranquila; parecía que había pasado el peligro de ser atacada por el ejército de Quisquis, ya que aparentemente Atahualpa había aceptado bien ir a prisión e incluso se había hecho tan amigo de los españoles que hasta Hernando de Soto prometió llevarle a España. Betanzos cuenta que conversaba con todos los capitanes y que estos le amaban; así debía de ser pues Cieza de León amplía que había aprendido a hablar un poco de castellano, que jugaba al ajedrez y es de suponer que también a los bolos. Bajo esa calma Pizarro gobernaba el territorio conquistado al lado de Inés Guaylas, a quien llamaba su mujer. (227)
Mientras que Martín Rubio especifica que se ha servido del relato del cronista Cieza de León, Kubler no detalla de dónde ha extraído la información sobre Atahualpa y el ajedrez que incluye en su artículo “The Behaviour of Atahualpa, 1531-1533.” Sin embargo, por el contenido del mismo, es muy probable que se haya valido de lo que el conquistador Pascual de Andagoya dejó inmortalizado en la relación que escribió en España entre sus dos etapas trasatlánticas:
Atahualpa’s conduct at games of chance was recorded by several eyewitnesses, who were struck by the fact that, while playing chess, dice, or cards with the Spaniards, Atahualpa would refuse his winnings and give them to the loser. Thus the Spaniards got the stakes, regardless of the outcome of the game. The incident is of some interest, for it signifies that if Atahualpa enjoyed the tension of the game, gambling as such held no value for him. The stakes themselves, if precious metal,
77 En una entrevista concedida al periódico español ABC, Martín Rubio responde lo siguiente cuando es preguntada por cuál era el carácter de Pizarro: “No fue un depredador, como se ha dicho. Era un hombre de gran honradez, férrea disciplina y un tesón que muy pocas veces se ha visto en otro personaje de la historia universal, que asombra” (García Calero).
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were indifferent. Although European glass gave him great pleasure, the knowledge that glass was of common use in Europe robbed it of distinction. Then again, his sense of property was far less absolute than that of the Europeans. His conduct was regarded as most gentlemanly, and Atahualpa remonstrated when the gifts he presented to the losers were taken from them by Pizarro for the common fund. (423)
Como se recordará, Andagoya no deja pasar la oportunidad que tiene para ensalzar el señorío de Atahualpa como contraposición al engaño al que había sido sometido por los españoles. Para demostrar lo que dice, indica que el rey inca, ganara o perdiera en sus partidas de ajedrez, siempre entregaba a su contrincante español los bienes materiales que apostaba. Sin embargo, es muy probable que, tal y como apuntan Reiner Zuidema y Mariusz Ziólkowski, el comportamiento de Atahualpa no respondiera exactamente a una generosidad desbordante sino, más bien, a la puesta en práctica del rito que los indígenas seguían en el juego precolombino del ayllu (Ziólkowski 261).78
John Hemming, por su parte, se nutre para The Conquest of the Incas de la carta que Gaspar de Espinosa mandó a la Corona anunciando la toma de Cajamarca. Ésta, como se indica en el segundo capítulo de esta tesina, es el primer manuscrito conocido que hace referencia a la entrada en contacto de Atahualpa con el ajedrez:
During the months in Cajamarca, the Spaniards were able to observe their royal captive. “Atahualpa was a man of thirty years of age, of good appearance and manner, although somewhat thick-set. He had a large face, handsome and fierce, his eyes reddened with bold. He spoke with much gravity, as a great ruler. He made very lively arguments: when the Spaniards understood them they realized that he
78 Tal y como exponen Zuidema y Ziólkowski, el juego del ayllu era un rito en el que el resultado estaba predeterminado, ya que a partir del mismo el rey inca, por su condición de hijo del dios Sol, tenía la potestad de ordenar y distribuir los territorios que los waka, miembros de la élite del Cuzco, iban conquistando en el transcurso de la expansión imperialista de los incas. Ziólkowski corrobora las palabras de Zuidema al afirmar que este juego, en realidad, era en sí mismo una representación de la “sumisión pacífica al poder del Inka” (261).
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was a wise man. He was a cheerful man, although unsubtle. When he spoke to his own people he was incisive and showed no pleasure.” Licenciate Gaspar de Espinosa wrote to the Emperor what he had heard about Atahualpa intelligence’s: “He is the most educated and capable [Indian] that has ever been seen, very fond of learning our customs, to such an extent that he plays chess very well. By having his man in our power the entire land is calm”. (49)
En este caso, el ajedrez no se utiliza para demostrar cuán buena era la convivencia entre unos y otros ni para encumbrar la supuesta generosidad de Atahualpa, sino para avalar la inteligencia que los primeros escribientes españoles le reconocían al rey inca, detalle que, sin duda, es uno de los puntos más atractivos e interesantes de la caracterización inicial que de él se hizo. De hecho, un examen detenido de este extracto ya conocido de Espinosa transmite la impresión de que este conquistador hizo especial hincapié en el buen hacer de Atahualpa en el ajedrez porque en aquella época no había ningún ejemplo mejor que ése para garantizar que la capacidad intelectual que anunciaba del líder indígena era realmente cierta.
MacQuarrie también recoge en The Last Days of the Incas las elogiosas palabras de Espinosa hacia el rey inca. Además, apunta hacia Hernando Pizarro y Hernando de Soto como los grandes responsables de que Atahualpa aprendiera a jugar al ajedrez:
During the many months of Atahualpa’s captivity, a number of Spaniards grew fond of the native emperor, especially Hernando de Soto and Hernando Pizarro. The two Spanish captains even taught the Inca emperor how to play chess and spent hours with him enjoying a game originally invented in India. Atahualpa soon became proficient and gave chess the name of taptana, or “surprise attack,” thoroughly enjoying the game’s obvious parallels with military strategy. (106)
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En la parte final de este extracto, MacQuarrie menciona la taptana. Aun sin citarlo explícitamente, es indudable que este comentario está inspirado en el Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala, quien, como es sabido, dibuja a Atahualpa en el transcurso de una partida de este juego indígena con uno de sus captores españoles. MacQuarrie afirma que el rey inca utilizaba el término taptana para referirse al ajedrez, ya que tanto el juego indígena como el español se desarrollaban sobre un tablero repleto de cuadrados pequeños. Sin embargo, estimo que dicha apreciación no puede ser considerada más que una hipótesis, pues el único escrito hasta ahora conocido que relaciona a ambos juegos es el de Guaman Poma, quien, como explica Holm, más bien quiere decir lo contrario. Es decir, el cronista de origen indígena da el nombre de ajedrez al concepto juego de mesa, categoría a la que pertenece la taptana (99-100).
En cualquier caso, el gran aliciente del texto de MacQuarrie reside en comprobar cómo este historiador, aprovechando el llamativo acercamiento de Atahualpa al ajedrez, se sirve de la quintaesencia del juego de estrategia por excelencia para ayudar al lector a que se figure por sí mismo qué pudo pasar por las cabezas del rey local y de Pizarro en los momentos más críticos que se vivieron a lo largo de los meses de teórica calma tensa que transcurrieron entre la captura y la muerte del inca:
When Pizarro said without thinking that every Spaniard was going to be granted a native chief, which meant that every Spaniard was going to control an entire native community, Atahualpa’s plans for assuming the Inca throne were suddenly dashed, just as unexpectedly as an unforeseen attack in a game of chess. One of the inherent challenges of chess, Atahualpa knew, was trying to divine the intentions of one’s opponent while simultaneously trying to mask one’s own. In this
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regard, Pizarro had clearly succeeded while Atahualpa had just as clearly failed. …
Atahualpa no doubt also realized that if his present circumstances in Cajamarca were like one big game of chess, then this was probably this last game; he surely felt the sensation of being trapped in a sudden checkmate. Now, not only did Atahualpa not have even a proverbial pawn to protect him, but he was further hemmed in by forces more powerful than before the game had begun. (116-117)
Tal y como argumenta MacQuarrie, la situación que se planteó en Cajamarca una vez que los españoles arrestaron a Atahualpa y se hicieron con el control de la ciudad fue lo más parecido a una partida de ajedrez, en la que los dos contendientes enfrentados jugaban sus bazas y vigilaban los movimientos de su oponente confiados en que finalmente todo se resolviera de acuerdo a sus deseos. Según el autor, Atahualpa empieza a ser consciente de que va a perder la partida imaginaria que estaba jugando con Pizarro en el mismo momento en que se percata de la (para él) sorprendente e inesperada reacción del conquistador, que tira por la borda todas sus ilusiones de mantenerse al frente de su propio imperio. Eso le hace caer en la cuenta de que no tenía escapatoria y que su final era cuestión de tiempo. En sentido metafórico, Atahualpa termina convirtiéndose en esa figura del rey que, indefenso en un rincón del tablero, se ve rodeado de piezas enemigas con capacidad más que suficiente para darle el jaque mate definitivo en cualquier momento.
El ajedrez como símbolo del choque frontal entre dos mundos
MacQuarrie encuentra en el ajedrez una metáfora idónea para explicar el conflicto que tuvo lugar en suelo incaico. Es más, en el juego de las sesenta y cuatro
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casillas se ha convertido en un símbolo poderosísimo que se asocia a la reivindicación de un sentimiento, una identidad colectiva, un pasado. En los escaparates de las tiendas de souvenirs que abundan en los puntos más turísticos del Perú, Bolivia o Ecuador, son cada vez más frecuentes los conocidos como sets de ajedrez inca, en los que las impersonales piezas blancas y negras propias de este juego son reemplazadas por figuras artesanales que representan, por un lado, a los incas, y por el otro, a los españoles. Así, una partida sobre uno de estos sets deja de ser una lucha ajedrecística al uso para convertirse en algo más; en un duelo amistoso cargado de significado, en la recreación de un conflicto entre dos civilizaciones que, casi quinientos años después, puede tener incluso un desenlace distinto al que tuvo en la realidad. Ahora sí, los incas, que inician el juego en igualdad de condiciones y tienen el mismo potencial sobre el tablero que sus adversarios, tienen la oportunidad de derrotar a los españoles y, aunque sólo sea de manera simbólica, de reescribir la Historia.
Quizá no haya mejor prueba de lo arriba expuesto que el breve reportaje que puede leerse en la edición digital del periódico boliviano Página Siete y que tiene por título un mensaje tan elocuente que no necesita ninguna explicación añadida: “Españoles e incas luchan en un ajedrez.” En el texto de la información puede leerse que “(s)e trata de un innovador ajedrez que se comercializa en las calles de La Paz, que marca una nueva tendencia.” No menos interesantes son las palabras que a continuación se le atribuyen al historiador Guiniol Quilla, pues, en su opinión, estas “obras de arte” pensadas para ser vendidas al público –su precio oscila entre 50 y 650 bolivianos; esto
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es, entre 7 y 91 dólares aproximdamente- representan “la tendencia del pensamiento intercultural que existe en el país” (Salazar).
Figure 4. Una dependienta de un puesto de souvenirs de La Paz, Bolivia, exhibe uno de los sets de ajedrez inca que vende. Álvaro Valero, “Españoles e incas luchan en un ajedrez.”
Las figuras que componen estos sets de ajedrez están caracterizadas hasta el más mínimo detalle con la apariencia y los objetos que eran distintivos de cada uno de los individuos o grupos protagonistas de este enfrentamiento. Ellos le otorga una personalidad propia a cada una de ellas que, inevitablemente, recuerda a esos sets de ajedrez medievales en los que cada pieza simbolizaba los diversos estratos de aquellas sociedades. De esta forma, el rey del bando inca no puede ser otro que Atahualpa, que está acompañado de la coya, quien hace las veces de la reina. El alfil tradicional es sustituido por los soldados del imperio indígena, mientras que la figura del caballo, que
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sí se mantiene en el bando español, es reemplazada por una llama, animal característico de la zona. La torre, por su parte, adopta la forma de las fortalezas de los poblados incas, mientras que los ocho peones que ocupan la segunda fila son encarnados por los originarios de la zona. En cada lugar, estos sets de ajedrez son diseñados con algunas peculiaridades que van en consonancia con lo que sucedió en ese punto concreto de la geografía andina. Es por ello que en La Paz la figura del rey español corresponde a Alonso de Mendoza, quien, por mandato de Pedro de la Gasca, fundó la ciudad de Nuestra Señora de La Paz el 20 de octubre de 1548. En Perú, lógicamente, esa pieza corresponde a Francisco Pizarro.
Puede que nunca llegue a saberse con certeza si el capitán español y el rey de los incas jugaron juntos al ajedrez. Desde luego, si se acepta que es muy factible que Atahualpa aprendiera y practicara este juego durante su encarcelamiento, no sería descabellado pensar que esta situación podría haber ocurrido en algún que otro momento, y más aun teniendo en cuenta la relación de aparente cordialidad que existía inicialmente entre unos y otros. Ésta es, precisamente, la idea que motivó el cortometraje Atahualpa, que fue codirigido por Jimmy Entraigües e Iván García. El filme cuenta cómo en junio de 1533, en un momento de máxima tensión ante las sospechas de los españoles de que Atahualpa hacía lo posible por escapar de su prisión, Pizarro reta al monarca indígena a enfrentarse en una partida de ajedrez después de haberse enterado de que el inca había aprendido a jugarlo y de que, incluso, había batido en una ocasión a su mentor, Hernando de Soto. Así introduce su película el propio Entraigües:
El ajedrez es un espacio físico y un símbolo, el lugar donde se enfrentan dos maneras muy diferentes de ver el mundo: por un lado,
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está la materia, la fuerza de un imperio en expansión que en su aparente poder es arrasador; y por el otro, el espíritu, una cosmovisión donde el poder no sólo es del hombre sino también de la tierra, de los dones de la Naturaleza, por lo que otras fuerzas, telúricas o no, deben ser respetadas y adoradas para hallar un cierto equilibrio.
Pizarro, que se cree superior, trata a Atahualpa con desprecio. Cuando pactan la disputa de la partida, y siguiendo lo que era costumbre entre los españoles de la época, incita al rey inca a que apueste algo. Es entonces cuando se produce el diálogo más representativo del cortometraje:
- Atahualpa: Mañana, mi padre, Inti, el gran señor Sol, saldrá iluminando mi pueblo. Yo estaré con él. Mañana amaneceré viviendo. ¿Vuestro juego podrá vencer al amanecer?
- Pizarro: ¿Me estáis apostando la salida del sol? (Risas) ¡Sea!
A esa reacción del español, Atahualpa responde con una ligera sonrisa que rebosa significado. El inca es consciente de que su futuro inmediato no le pertenece y que será ejecutado, pero tiene la certeza de que el dios Viracocha guiará su mano hacia la victoria contra Pizarro; un triunfo que, en palabras de Entraigües, anuncia “ese nuevo amanecer que augura que el legado de su pueblo renacerá tras el dominio de la espada, el dios cristiano y lejanos reyes.”
Atahualpa gana la partida, lo que despierta la ira de un Pizarro desconcertado. El desenlace de la misma, creado a conciencia por el historiador de ajedrez José Antonio Garzón, ni mucho menos es casual.
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Figures 5, 6 y 7. Secuencia de tres de las posiciones que se producen en el tablero durante el desenlace de la partida imaginada en el cortometraje Atahualpa. El monarca inca (blancas) sacrifica la torre (fig. 6) y el caballo que le restan para permitir que su dama, con ayuda del peón que está en la casilla f2 y del rey (h2), y sirviéndose de la escasa libertad de movimientos que tiene el rey rival, dé el definitivo jaque mate (fig. 7). Chessbase.com, “Corto de ajedrez: Atahualpa.”
Así describe este final de partida su inventor:
1. Th1!! Axh1: La torre se desplaza, en un viaje que nos parece infinito, no ya por el tablero, sino por la Historia. …
2. Ch3!! gxf3: Las piezas se sacrifican, conocedoras de su destino, imbuidas de un espíritu supraindividual, el inca. …
3. Dg3: jaque mate ¡Fantasmagórica visión del tablero, de la vida! ¡El espíritu venciendo a la fuerza bruta! El poder de las conquistas, de lo material, languidece ante la fuerza de la verdad, alimentada por el ideal del hombre. El ocaso de un monarca es el amanecer de otro, de un pueblo.79 (“Corto de Ajedrez: Atahualpa”)
En El Tercer Reich, novela póstuma de Roberto Bolaño, volvemos a encontrarnos a Atahualpa ante un tablero de ajedrez, aunque en este caso la imagen es una ensoñación del protagonista de la historia, el joven alemán Udo Berger. Campeón nacional de juegos de guerra, Udo disputa durante varios días una larga partida del
79 http://es.chessbase.com/post/corto-de-ajedrez-atahualpa-#head2
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Tercer Reich, un juego de estrategia militar inspirado en la Segunda Guerra Mundial, contra un enigmático hombre conocido como el Quemado. En realidad, el lector sabe más bien poco de él: tan sólo que es de origen sudamericano, que se gana la vida muy modestamente alquilando patines en una playa de la Costa Brava catalana donde Udo pasa sus vacaciones de verano, que su rostro y buena parte de su cuerpo están desfigurados –de ahí su sobrenombre-, y que lleva una vida solitaria sin apenas trato con la gente.
La citada ensoñación tiene su origen en un pasaje previo en el que Udo tiene un encuentro con otro personaje misterioso, el marido moribundo de Frau Else, la dueña del hotel donde se hospeda durante sus vacaciones. Udo queda perplejo cuando se da cuenta de que este hombre, que apenas sale de la habitación en la que consume sus últimos días de vida, no sólo es muy diestro en el Tercer Reich sino que, además, está al corriente de cómo marcha la partida que el joven alemán, que mueve las fichas del ejército nazi, está dirimiendo, y sorprendentemente perdiendo, con el Quemado, que está muy cerca de conducir al bando aliado a la victoria final. Ante la sospecha fundada de Udo de que el marido de Frau Else estuviera ayudando en la sombra al Quemado a ganar la partida que los estaba enfrentando, éste responde:
¡Se equivoca! El Quemado ha trascendido mis consejos. En cierta medida me recuerda al inca Atahualpa, un prisionero de los españoles que aprendió a jugar ajedrez en tan solo una tarde observando cómo sus captores movían sus piezas. (326)
Tal mención a Atahualpa seguramente habría pasado inadvertida si, además, el marido de Frau Else no le hubiera advertido justo antes a Udo de la peligrosidad del
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Quemado. “Yo sólo le aconsejo que haga las maletas y desaparezca. Total, Berlín, el único y verdadero Berlín, cayó hace tiempo, ¿no?” (325), le recomienda a Udo el moribundo de nombre no revelado, quien teme que el Quemado acabe con la vida del joven como muy posiblemente hizo con la de Charly, otro alemán del que Udo se había hecho amigo en ese período estival y que había sido encontrado muerto en el mar varias semanas después de su misteriosa desaparición.
- ¿Me va a violar?
- No sea imbécil. Si eso es lo que usted anda buscando se equivocó de película.
Confieso que estaba confundido.
- ¿Qué me va a hacer entonces?
- Lo usual con los cerdos nazis, golpearlos hasta que exploten. ¡Desangrarlos en el mar! ¡Mandarlo al Walhalla con su amigo, el del windsurf.
- Charly no era nazi, que yo sepa.
- Ni usted, pero al Quemado, a estas alturas de la guerra, le da igual. Usted ha arrasado la riviera inglesa y los trigales ucranianos, para decirlo poéticamente, no esperará que ahora él se ande con delicadezas. (326)
Es en este preciso momento de la historia cuando Udo es consciente del peligro al que está expuesto y cuando empieza a saber quién se esconde realmente detrás de ese rostro deformado y de la actitud un tanto distante que desde el inicio ha caracterizado al Quemado. Un par de preguntas más le bastan a Udo para terminar de atar todos los cabos que se mantenían sueltos:
- ¿El Quemado es sudamericano?
- Caliente, caliente…
- ¿Y las quemaduras de su cuerpo…?
- ¡Premio! (326)
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Udo empieza a sentir un vértigo que inconscientemente da origen a la ensoñación anteriormente anunciada. En el transcurso de su inquietante sueño, el joven alemán encuentra a Atahualpa jugando al ajedrez en solitario. Lo primero que le llama la atención es que las piezas negras estaban chamuscadas. Según le dice el rey inca, lo están porque alguien las ha arrojado al fuego.
¿Por qué razón, por maldad? En vez de contestar, Atahualpa movió la reina blanca a un escaque dentro del dispositivo de defensa de las negras. ¡Se las van a comer!, pensé. Luego me dije que daba lo mismo puesto que Atahualpa jugaba solo. En el siguiente movimiento la reina blanca fue eliminada por un alfil. ¿De qué sirve jugar solo si uno hace trampas?, pregunté. El indio esta vez ni siquiera se volvió, con el brazo extendido señaló hacia el fondo del templo, un espacio oscuro suspendido entre la bóveda y el suelo de granito. Di unos pasos, aproximándome al sitio señalado, y vi una enorme chimenea de ladrillos rojos y guardaduras de hierro forjado en donde aún quedaban rescoldos de un fuego que debió consumir cientos de tocones. Entre las cenizas, aquí y allá, sobresalían las puntas retorcidas de diferentes tipos de figuras de ajedrez. ¿Qué significaba aquello? Con la cara ardiendo de indignación y rabia di media vuelta y grité a Atahualpa que jugara conmigo. Éste no se dignó a levantar la cabeza del tablero. … Juega conmigo si eres hombre, grité, queriendo escapar del sueño. … Cuando la partida hubo acabado se levantó y portando en bandeja tablero y figuras se acercó a la chimenea. Comprendí que iba a alimentar el fuego y decidí que lo más inteligente era ver y esperar. (331-332)
El paralelismo inicial que establece el marido de Frau Else entre Atahualpa y el Quemado por la sorprendente capacidad de ambos para alcanzar, respectivamente, un alto nivel en el ajedrez y el Tercer Reich, adquiere una nueva y mayor dimensión en el inquietante sueño de Udo. No en vano, tanto el Atahualpa ajedrecista que protagoniza su alucinación como ese nuevo Quemado que descubre gracias a las advertencias de su
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inesperado confidente, son dos personajes que tienen la firme intención de ajustar cuentas pasadas que creen tener aún pendientes por una injusta aniquilación pasada.
Uno, Atahualpa, lo hace de manera figurativa, a través de una sucesión de partidas de ajedrez imaginarias que parece no tener fin y en la que el rey inca se salta deliberadamente las reglas del juego al mover las figuras de uno y otro color a su libre albedrío para así conseguir su objetivo, que no es otro que derrotar una y mil veces a esas piezas blancas que representan a los españoles –y los europeos en general- que, hace casi cinco siglos, acabaron con él, con el imperio inca y con las otras civilizaciones indígenas americanas precolombinas condenándolas a la hoguera. No es casualidad, por tanto, que este Atahualpa vengativo desatienda las reglas del juego que era uno de los grandes símbolos de lo español en el Nuevo Mundo y se tome la licencia de devolver el golpe a su manera.
El otro, el Quemado, perpetra su resarcimiento personal tratando de matar silenciosamente a turistas alemanes como Charly y Udo, víctimas inocentes –Udo se escapa a tiempo- que nada tienen que ver con las atrocidades humanitarias cometidas por los nazis y que, por supuesto, tampoco tienen relación alguna con su historia particular; esto es, con su exilio y la desfiguración de prácticamente todo su cuerpo por culpa de las torturas que supuestamente sufrió –nada revela al respecto tan intrigante personaje- en cualquiera de las dictaduras militares que tuvieron lugar en distintos países hispanoamericanos en la segunda mitad del siglo XX. Como advierte el marido de Frau Else, el Quemado, exiliado y lleno de ira después de todo lo que le tocó sufrir, ya no
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entiende de razones, y alguien como Udo, que se recrea y divierte con un juego de guerra y que encima mueve las fichas del ejército nazi, le merece todo su desprecio.
Para Bolaño, el resentimiento que mueve a su Atahualpa ajedrecista y al Quemado es el mismo. Atahualpa es el Quemado y viceversa. No hay más que ver que el Quemado, su propio sobrenombre lo dice, es una de las piezas negras chamuscadas que mueve Atahualpa, en cuya legendaria figura se personifica o focaliza un gran sentimiento de indignación y rebeldía, el de todos y cada uno de los americanos que, a lo largo de la historia, primero por culpa de la conquista y colonización españolas y más recientemente debido a las terribles dictaduras militares que padecieron, han visto cómo su mundo, sus vidas, fueron destruidas de una manera tan inconcebible.
El antes y el después que marcó “Los incas ajedrecistas” de Ricardo Palma
Cuesta creer que la fuerza que hoy en día tiene el Atahualpa ajedrecista fuera la misma si Ricardo Palma no hubiese escrito “Los incas ajedrecistas.” Si bien es cierto que los testimonios anteriores al suyo son vitales para la validación histórica de esta imagen, es indudable que, sólo a partir de dicha tradición, el lado ajedrecista de Atahualpa alcanza una popularidad extraordinaria. Dicha sobredimensión se debe a tres factores fundamentales: Palma era una personalidad de reconocido prestigio en el Perú; su literatura costumbrista era asimilada con facilidad por el grueso de la población; y la considerable carga dramática y nacionalista de este relato hizo que calara muy hondo en la sociedad peruana, y por extensión latinoamericana, de principios del siglo XX.
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Mientras que los textos con aspiración historiográfica tienden a obviar a Palma y se basan en las fuentes primarias que inicialmente vincularon a Atahualpa con el ajedrez, resulta muy llamativo comprobar cómo el resto de referencias localizadas a lo largo de esta investigación -literarias, cinematográficas, periodísticas y cibernéticas- evidencia tener en su gran mayoría la impronta o el sello de “Los incas ajedrecistas.” Entraigües, sin ir más lejos, lo reconoce abiertamente80 y es muy probable que ése también fuera el caso de Bolaño, aunque quizá nunca lleguemos a saber a ciencia cierta lo que hoy es simplemente una especulación ya que El Tercer Reich no salió a la luz hasta 2010, unos siete años después de la muerte del novelista chileno. Bolaño nunca dio a conocer esta historia que había escrito en 1989, ni siquiera en la exitosa etapa final de su vida, cuando llegó su tardío pero merecido reconocimiento como escritor y no quiso entregarla a su editorial para que la publicara. Sin embargo, la frase en la que el marido de Frau Else le habla a Udo sobre Atahualpa –“… un prisionero de los españoles que aprendió a jugar ajedrez en tan solo una tarde observando cómo sus captores movían sus piezas” (326)- invita a pensar que Bolaño también tuvo presente el relato de Palma, en el que textualmente puede leerse:
Honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba
80 Entraigües incluye un par de guiños al relato de Palma. En primer lugar, en el cortometraje que él codirige, Atahualpa afirma “(s)eñor, juego muy poco” cuando Pizarro se entera de que le ha ganado una vez a Hernando de Soto y lo reta a disputar una partida. Ésa es prácticamente que utiliza Palma en “Los incas ajedrecistas” cuando Soto, después de cerciorarse del buen nivel de Atahualpa, le invita a disputar nuevas partidas con él. En segundo lugar, Entraigües intercambia los papeles de Atahualpa y Soto, ya que en este caso es el conquistador español quien observa con atención la partida que está disputando el rey inca, cuyo hombro toca suavemente en señal de advertencia cuando llega el movimiento más importante de la partida que está enfrentándole a Pizarro.
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señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes de los juegos. (Palma, and Oviedo 427)
Sirvan estos dos primeros casos como aperitivo del bloque que viene a continuación, en el que se va a diseccionar la manera en la que “Los incas ajedrecistas” de Palma está presente, ya sea implícita o explícitamente, en diferentes obras literarias. Sin duda, el ejemplo más manifiesto de dicha correspondencia es “Ajedrez fatal,” texto que forma parte de El Ecuador profundo, la colección de mitos, historias, leyendas, recuerdos, anécdotas y tradiciones del país andino que compila Rodolfo Pérez Pimentel, cronista vitalicio de Guayaquil y miembro de la Academia Nacional de Historia de Ecuador. En dicho relato, el autor hace una reconstrucción de las dos partes de la tradición de Palma, la que está dedicada a Atahualpa y la que apunta que su sucesor, Manco Inca, murió también por culpa del ajedrez.
Pese a que no se especifica textualmente, es evidente que Pérez Pimentel realiza una adaptación resumida de la historia original de Palma, a la que intencionadamente añade o quita algunos detalles sin que la esencia de la misma se vea alterada significativamente.81 Sirva la siguiente comparación como muestra de la insustancial diferencia que hay entre un relato y el otro:
81 La ineludible referencia a Palma sí se encuentra en el prólogo de esta edición de El Ecuador profundo, titulado “Pérez Pimentel, el último de los tradicionalistas ecuatorianos” y firmado por Hernán Rodríguez Castelo. En el mismo, se puede leer: “Esto de los ‘tradicionalistas’ ha sido antigua e ilustre usanza americana. A medias historiadores y a medias charlistas, a ratos husmeadores de archivos y a otros correo de chismes, los tradicionalistas han beneficiado canteras de la historia de modo muy peculiar, y los mejores, con delicioso estilo. … Apenas hace falta decir que detrás de esta pintura del tradicionalista de gran estilo está el príncipe de esta comarca literaria, don Ricardo Palma, el de las copiosas series de ‘Tradiciones peruanas.’ Palma marca el momento de mayor plenitud de la tradición americana; pero, aunque sin el corte formal, casi definitivo, que él les daría, ‘tradiciones’ se contaron por tierras del nuevo mundo desde tiempos inmemorables: los cronistas no las crearon, las recogieron” (i).
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Honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes de los juegos. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empañada entre Soto y Riquelme, hizo el ademán Hernando de Soto de movilizar el caballo, y el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:
- No capitán, no... ¡El castillo!
La sorpresa fue general, Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate. (Palma, and Oviedo 427)
…
Sin embargo a nadie se le había ocurrido enseñar el movimiento de las piezas a Atahualpa, quien veía sin decir palabras; pero una tarde fatídicas para él y mientras jugaban el Tesorero Alonso Riquelme y el Capitán Hernando de Soto y cuando éste iba a mover un caballo para atacar el flanco de su enemigo, sintió que el Inca le tocaba el brazo y le decía: “No capitán no… el Castillo.”
De Soto estudió el movimiento y luego de una breve pausa movió dicha pieza y en dos jugadas más concluyó la partida con el consabido “Jaque mate” para el Tesorero; quien, vengativo como un gitano por descender de moros de las Alpujarras, jamás olvidó la vergüenza de verse derrotado por un indio novato en la ciencia del Ajedrez. (Pérez Pimentel 67-68)
Una única lectura de estos dos extractos es suficiente para comprobar que Pérez Pimentel, al margen de endulzar su versión con algunos detalles de su propia cosecha, termina componiendo un discurso que suena mucho más agresivo que el de Palma. Así, mientras el peruano es capaz de armar una historia con un claro toque nacionalista sin atacar con dureza a lo español, la postura de su homólogo ecuatoriano resulta ser más pendenciera, pues, por ejemplo, tacha a Riquelme de “vengativo como un gitano por descender de moros de la Alpujarra.”
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Sin duda, esta comparación contiene manifiestos tintes despreciativos contra Riquelme, a quien Palma, seguramente por su condición de tesorero –ya se sabe que la gran motivación de los conquistadores españoles era el oro y la plata del Perú-, adjudica libremente la encarnación de la crueldad española. Todas las adaptaciones o reproducciones posteriores de “Los incas ajedrecistas” siguen adjudicando a Riquelme el papel de malo de la película, y Pérez Pimentel, en su voluntad por endurecer el relato original, va más allá y equipara a este conquistador con la etnia gitana, que, en comentarios de carácter ofensivo o discriminatorio, es vinculada a comportamientos fraudulentos.
Ésta no es la única identificación llamativa que establece el escritor ecuatoriano, pues es igualmente destacable el paralelismo que fija entre los indígenas peruanos y los moros que, tras la caída del reino de Granada en 1492 (La Alpujarra es una región granadina), fueron perseguidos por la Inquisición española. En su empeño por desprestigiar a lo español, Pérez Pimentel asemeja la culminación de la reconquista cristiana de la península ibérica con la conquista del Nuevo Mundo, hermanando a las víctimas de ambas operaciones político-militares de los poderosos reinos cristianos españoles de finales del siglo XV y principios del siglo XVI.
Ramón J. Sénder, por su parte, recurre a la tradición de Palma en el primer capítulo de su libro Túpac Amaru. Según sus propias palabras, el escritor español aspira a “restablecer la verdad” (8) en torno al último monarca inca, quien fue ejecutado a finales del siglo XVIII después de liderar una revuelta indígena contra las autoridades coloniales españolas que lo convertiría en el símbolo de futuras insurrecciones. En pos
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de contextualizar su trabajo, Sénder retrocede más de doscientos años en la línea del tiempo, hasta la llegada de los españoles al Perú, y más concretamente hasta la muerte de Atahualpa, que relata a partir de lo leído en “Los incas ajedrecistas.” Su narración se inicia con la apreciación de que Atahualpa “debió ser hombre muy listo ya que aprendió el juego del ajedrez, él solo, viendo jugar a sus guardianes y sin que nadie le explicara nada” (35). A continuación, Sénder sintetiza el relato de Palma, que complementa con la identificación y una breve descripción de los once españoles que votaron en contra de la muerte del emperador indígena: Juan de Rada, Diego de Mora, Blas de Atienza, Francisco de Chaves, Pedro de Mendoza, Hernando de Haro, Francisco de Fuentes, Diego Chaves, Francisco Moscoso, Alfonso Dávila y Pedro de Ayala (36-38).
Del uso que Sender hace de la visión del Atahaulpa ajedrecista de Palma se extrae que lo que convierte a esta tradición en un testimonio realmente conmovedor para los andinos es el sentimiento de injusticia que despierta. Para tener el efecto deseado, tal sensación necesita ser avivada con situaciones extremas y no cabe duda de que cualquier mente cabal consideraría que es un sinsentido que el emperador inca fuera ajusticiado por algo tan banal o intrascendente como que se mostrara superior a un español en el juego del ajedrez. Con este desenlace tan dramático, Palma da un golpe literario maestro, ya que, con disimulo, es capaz de tocar las fibras más sensibles de una región que tiene grabada con fuego que la muerte de Atahualpa fue el comienzo de las páginas más tristes de su historia, el principio del fin de la civilización inca.
Esa actitud de repulsa hacia la conquista española, que está fundamentalmente centrada en la figura de Atahualpa, queda también de manifiesto en dos poemas del
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poeta, escritor y académico norteamericano Dennis Siluk. El primero de ellos, “A Death in Cajamarca, Perú,” tiene el sello de los poemas épicos. A lo largo de sus setenta y ocho versos recrea la tensión y el dramatismo de los últimos momentos de la vida del emperador inca, los cuales estuvieron marcados por el juicio al que fue sometido.82 La influencia de “Los incas ajedrecistas” se antoja evidente en los versos que abren y cierran este poema:
Atahualpa, enduring in Cajamarca
Greeted by De Soto, his free friend from Spain!
“Be Calm! These times will be tolerant with you.”
By Riquelme, who is wearied with this place
Unsatisfied with checkmate, looks upon Atahualpa
As simply detestable-blazing, bleak, uninviting,
And longs again to find himself in Spain,
After the embarrassment of defeat,
By the Captive slave Atahualpa, Inca King
Who gave advice to Captain Hernando de Soto
And got inevitable checkmate….
…
As long as Inca’s shall be known to men
Riquelme’s name shall bear the brand of ill repute,
The curse of generations still unborn! (14-16)
El segundo poema, titulado “Atahualpa’s Game VI” (2005) y ubicado en el apartado “The Black Legend,” también conserva el punto más trágico de la historia de Palma, al que el propio autor, en un comentario que hace previamente, reconoce como “in part my inspiration” para este bloque de su libro (67):
Sometimes, it’s not wise
To share your wisdom
-as did, Atahualpa
(The Inca King) in the
82 En un inciso que hace fuera del poema, Siluk aclara: “This is a version, not a translation of any kind, on the incarceration and death of Atahualpa the Inca King of the Inca Empire, in the 16th century (Peru)” (14).
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Game of chess; thereafter,
He was condemned to death. (71)
Lo más interesante de estos dos poemas es la sutileza con la que se produce la reminiscencia de “Los incas ajedrecistas.” Lejos de reflejar explícitamente los momentos más señalados de la historia de Palma, Siluk se limita a conservar la esencia de los mismos como si diera por hecho que el lector conoce ya de sobra el relato en el que se ha inspirado, como si sus poemas fueran una reflexión complementaria sobre un tema que es de dominio público. Así, por ejemplo, en “A Death in Cajamarca, Perú,” la escena de la partida entre Hernando de Soto y Riquelme está presente sin ser reproducida; esto es, es el punto de partida de algo más, de la recreación de la tirantez que se respira en la prisión. Allí, Atahualpa se teme lo peor y se aferra a la confianza que le inspira un Hernando de Soto que es retratado como una figura diametralmente opuesta a Riquelme. Mientras Soto, el ganador de la partida, calma al emperador inca y es mostrado como un hombre a gusto en el Perú, Riquelme, el perdedor, es presentado como un ser contrariado que sólo quiere volver a España -“And longs again to find himself in Spain, / After the embarrassment of defeat.” Siluk, finalmente, cierra el poema contraponiendo las figuras de Atahualpa y Riquelme, la víctima y su verdugo, augurando que se hará justicia con el paso del tiempo y que la Historia honrará a Atahualpa tanto como dará la espalda a Riquelme.
Siluk, que hace una docena de años viajó al Perú y visitó Cajamarca y los demás enclaves fundamentales en la caída del imperio inca, tuvo la oportunidad de conocer de primera mano la visión que los nativos conservan sobre lo ocurrido durante la ocupación