Thursday, December 23, 2010

Victor: and the Monkey Man (English and Spanish, short story by D.L. Siluk)

Victor: and the Monkey Man
((Miraflores, Lima Peru, 2008) (Based on actual events))


When you’re with someone twenty, thirty, even forty years—work with them everyday of the week, seven days a week, fifty-two weeks every year (minus two weeks the Monkey Man vacationed, not Victor), that someone you can’t help getting to like, you even get to love them (him or her). It’s pretty near like being married to the person—almost! You know when that person gets tired, because you are tired, and you can tell by his walking or talking. You know it, because you can feel it.
There was such a person I knew by the name of Victor. He and the Monkey Man (Cipriano) worked in the same park (Miraflores, Kennedy Park) in Lima, Peru.
In the park Victor worked as a photographer, the only one in the park, allowed in the park that is—licensed to be there, and the Monkey Man, Cipriano, with his wind-up red and white music box, the very one the monkey was stored in (until he came into the park, and was then taken out of the box, and allowed to play on top of the box all day long), he worked perhaps ten-feet from Victor’s side, had worked side by side for forty plus years.
The Monkey-Man would have his monkey take out a piece of paper, likened to a ticket, and it had a happy saying on it, and he’d hand it to the person holding a coin, and they’d exchange one for the other. Victor worked by him twelve hours a day.
I met Victor and Cipriano for the first time in 1999, when I first met my wife Rosa; he took our second picture together—in Peru, one evening in the park. Anyhow, one day Cipriano, he just up and died, he was seventy-two years old, a small man, thin, wore a white cowboy looking hat, a blue worn out suit, little eyes like watermelon seeds; he died on a warm day in 2007.

The times I talked to Victor after that, it had seemed to me that happening took a solid big chunk of energy out of him, paleness came over his life. It hurt him to talk about his old partner, but he did. He even braced himself when he did. I asked him once if he thought about Cipriano much. He said, “A day doesn’t go by when I don’t think of him.” These were hard times for Victor.
After Cipriano’s death, sometimes when we walked by him, he was in a glum of a mood—not that he was to us, my wife and I, just that he appeared so from a distance, he’d always cheer up when he saw us, went over to talk to us when we neared him.
Anyhow, win or lose, life was different for him now; eleven months after Cipriano had died, we happened to be in Lima again, we stopped—as we often did—stopped by to say hello to Victor, and he wasn’t there this time, not even his standup camera was in place as it usually was, the old one he said was from the 1840s. I asked one of the nearby shoeshine men, who always worked by Victor (there were several of them in the park) “Where’s Victor?” He usually went to eat his lunch about 2:00 p.m., perhaps today he went early, because he was gone, and it was only forenoon.
The shoeshine man, hesitated, as if he was trying to figure out how to say, what he had thought he might have said someday, “He died a month ago (he was sixty-years old), we were kind of thinking how to tell you when you came around.” (That was on a warm day also, in 2008.)


No: 543 (12-6-2009) SA



Spanish Version

Víctor y el Organillero
((Miraflores, Lima Perú, 2008) (Basado en acontecimientos reales))





Cuando estás con alguien por veinte, treinta, aún cuarenta años—trabajando con él todos los días de la semana, siete días a la semana, cincuenta y dos semanas cada año (excepto por dos semanas en la que el Organillero se iba se vacaciones, no Víctor), alguien que tú no puedes evitar te llegue a gustar, incluso llegas a amarlo (a él o ella). Es casi como estar casado con esa persona. Tú sabes cuándo esa persona llega a cansarse, porque tú estás cansando, y puedes decirlo por su caminar o hablar. Tú lo sabes, porque puedes sentirlo.
Hubo esa clase de persona que conocí, con el nombre de Víctor. Él y el organillero (Cipriano) trabajaban en el mismo parque (Parque Kennedy en Miraflores) en Lima, Perú.
Víctor trabajaba como fotógrafo en el parque, era el único fotógrafo en el parque; es decir, el único con permiso para trabajar allí, y el organillero Cipriano, también trabajaba allí, con su caja musical a cuerda de color blanco y rojo, la misma en la que guardaba al mono (hasta que llegaba al parque, luego lo sacaba y le permitía jugar encima de la caja todo el día entero), él trabajaba talvez a tres metros de Víctor, habían trabajado uno al lado del otro por más de cuarenta años.
El Organillero hacía sacar a su mono un trozo de papel, similar a un boleto, el que tenía un dicho feliz, y él lo entregaría a la persona que daba una moneda, e intercambiarían uno por el otro. Víctor trabajaba cerca de él doce horas al día.

Conocí a Víctor y Cipriano por primera vez en 1999, el año en que conocí a mi esposa Rosa; Víctor tomó nuestra segunda foto juntos—una noche en el parque, en Perú. En todo caso, un día Cipriano murió repentinamente, él tenía setenta y dos años de edad, era un hombre bajito, delgado, usaba un sombrero blanco tipo cowboy, un terno gastado de color azul, tenía ojos pequeños como pepas de sandía; él murió en un día caluroso del 2007.
Las veces que hablé con Víctor después de esto, me pareció que lo sucedido había tomado un trozo macizo y grande de energía fuera de él, su vida se volvió sombría. Le dolía hablar sobre su viejo compañero, pero él lo hacía, él incluso se preparaba cuando lo hacía. Una vez le pregunté si él pensaba mucho en Cipriano, él dijo, “No pasa un día sin que piense en él”. Estos eran días duros para Víctor.
Después de la muerte de Cipriano, a veces cuando mi esposa y yo íbamos al parque, lo veíamos a él de mal humor—no hacia nosotros, sino que eso aparentaba a la distancia; pero, cada vez que nos veía él siempre se animaba y se acercaba para hablarnos cuando estábamos cerca de él.
De todas manera, para ganar o perder, la vida era diferente ahora para él; once meses después que Cipriano muriera, resulta que estábamos de vuelta en Lima y nos detuvimos—como siempre lo hacíamos—para saludar a Víctor; esta vez, él no estaba allí, ni siquiera su cámara de pie estaba en su lugar, ya que siempre lo estaba, la cámara antigua que él decía era de 1840. Pregunté a los cercanos lustrabotas, quienes siempre trabajaban cerca de Víctor (habían varios de ellos en el parque). “¿Dónde está Víctor?” Generalmente él iba a almorzar alrededor de las dos de la tarde, talvez hoy día fue temprano, porque se había ido, y sólo era mediodía, eso pensé.
El lustrabotas titubeó, como si tratando de pensar cómo decir, lo que había pensado tendría que decir algún día, “él murió hace un mes (él tenía sesenta años de edad), estábamos pensando cómo decírtelo cuando vinieras”. (Eso también fue en un día caluroso del 2008).